martes, 28 de agosto de 2012

Chalados y malas personas: de todo, bastante.


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Estatus irónico: NADA - UN POCO - BASTANTE - MOGOLLÓN

No tengo ni idea de cuál es el porcentaje de enfermos mentales en relación con la población mundial. Pero parece que cada día crece un poco, al menos, por las cosas que se publican.

                Antes, me parece a mí, los locos eran, en general, como más simpáticos. Los que se creían Napoleón, por ejemplo. En mi vida, no he conocido a ningún loco, que yo recuerde. Así que una de dos: o no hay tanto chalado como se dice o yo he vivido en el país de las maravillas, que también puede ser.

                Lo que sí he conocido malos, es decir, cabrones, personas que se dedican a hacer daño con bastante empeño y éxito. Tengo la impresión de que la tendencia es a convertir a este tipo de jichos/as en desequilibrados mentales u otras cosas para explicar sus comportamientos y acciones, en vez de aceptar y publicar que lo que son es malos, cabrones.

                El buenismo practicante es, a mi modo de ver, una putada y forma parte de eso que se llama pensamiento políticamente correcto. Se basa en el título de aquella malísima película de Manuel Summers, To er mundo é güeno, que, en definitiva, no es más que una mentira muy gorda, piadosa o no.

                Hay malos oficiales, eso sí. Malos que se presentan siempre como malísimos sin posibilidad de redención. A estos jamás se les da la oportunidad de ser unos locos. Qué sé yo: papas, curas, monjas, algún que otro dictador, más bien los de derechas, y… poco más. Hay también buenos oficiales, no importa mucho si han hecho barbaridades. Así que, siguiendo la tradición de la Iglesia, existe una especie de santoral correcto en el que se da por supuesto que hay que creer. Y, en contra de la tradición de la Iglesia, hay un listado de condenados al fuego eterno que también se da por supuesto.

                Pero, sin duda, ha aumentado ingentemente la solución de los buenistas. Un tipo que coge un par de revólveres y se lía a tiros en una sala de cine… no es que sea malo, es que tiene un trastorno antisocial. Una tía que construye una bomba de amonal y se la pone debajo de un coche a un guardia civil… no es que sea mala, es que lucha por sus convicciones políticas. Un director de oficina bancaria que le hace firmar con la huella digital a un abuelillo las preferentes que le han ordenado de más arriba, no es que sea malo… es un profesional obediente. Un diputado del PP que se queja de que las pasa canutas para llegar a final de mes con un pobre sueldo de más de 5.000 euros, no es que sea malo… es que no ha estado acertado en sus declaraciones. Un trabajador de una fábrica que tiene más absentismo laboral que días trabajados, no es que sea malo… es que tiene salud perezosilla. Una ejecutiva de alto perfil que pone zancadillas a sus compañeros, que no tiene escrúpulos en vender a sus subordinados, o en ordenarles que cometan hechos inaceptables, no es que sea mala… es que es exitosamente ambiciosa. Y suma y sigue.

                Pocos son malos hoy en día. Para cada maldad, hay una explicación buenista y exculpatoria.  Pero, para mí, que en esto la humanidad no ha avanzado nada a lo largo de su historia. Quizá, la gran diferencia es que, ahora, la maldad se esconde socialmente, se disimula con explicaciones de todo tipo. Es como si, en general, hubiese un deseo de tapar la maldad del hombre, hacer como si no existiera. Tal vez tenga que ver con eso de que todos tenemos nuestros pecadillos y esperamos que no poniendo de manifiesto los de los demás tampoco se juzguen los nuestros. Pasa hasta en algunos círculos de la Iglesia. Es el asunto ese de las mal llamadas confesiones comunitarias, que tienen menos sentido que un lapicero de 10 kilos. Si a cualquiera le da corte ir al confesonario y decirle  a un señor, cura, los pecados sinceramente, ¿quién pretende creerse que ese mismo va a decirlos de pie, en voz alta y delante de la comunidad, mientras todos le miran y escuchan? Es una manera, como otra cualquiera de engañarse. Eso sí, que «güenos semos tós».

                Pues me he enterado de que un jicho que se llama algo así como Eran Alfonta ha puesto en funcionamiento una idea suya fantástica. Se trata, si no lo he entendido mal, en una aplicación para Feisbus –o Facebook, como se diga- que se llama «If I die». Mediante esta aplicación te apuntas a un concurso en el que el premio consiste en que, al morirte, tus últimos pensamientos escritos salen a la luz pública en no sé cuántos sitios y te haces famoso. Es posible que mi resumen no sea exacto, pero por ahí van los tiros. Dice el tío este: «Creemos que todas las personas tienen derecho a que sus últimas palabras sean conocidas, que su legado sea público y consideramos que un concurso (denominado “If I Die First”) sería lo apropiado para que esto tuviera impacto». «El usuario que fallezca antes que el resto tendrá su testimonio póstumo publicado en páginas web como Mashable, una referencia en Internet con más de 20 millones de visitantes únicos al mes, así como en revistas y medios internacionales que colaboran en la campaña», sigue contando el Alfonta este.
Eran Alfonta, un pequeño malvado

                Este israelí tiene la gracia por arrobas. Fíjense: «Si hay alguna sospecha de que se trate de un suicidio o fallecimiento deliberado, entonces no se publicará. Tenemos una política antisuicidio muy estricta». No me digan que no tiene un maravilloso sentido del humor. Y lo mejor es que se pone serio para decirlo.

                La aplicación es gratuita, quede constancia de ello. Bueno, no del todo. En realidad, lo del concurso de la aplicación If I die (“Si me muero”), —que no sé porqué dicen “If” (if = si condicional) cuando deberían decir “When” (cuando), debe ser otro chiste—, pues lo del concurso es una campaña publicitaria que lleva zumbando desde 2010. La cosa es que este mes, la empresa Willook, de la que es dueño el señor este, ha estrenado su servicio de pago, una especie de cuenta Premium, con el que dice, pretende «hacer negocio y evitar así recurrir a la publicidad en internet». El coste de mantenimiento, 25 dólares al año. Ah, ¿qué se creían?

                Verán. Ya se han apuntado más de 213.000 usuarios. No me cabe duda de que todos ellos tienen alguna explicación de carácter mental para haberlo hecho. Y tampoco tengo ninguna duda de que el señor Eran Alfonta y sus socios son unos cabronazos.

Argako urretxidorra
 

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