El «Riau Riau» es el nombre
popular con el que se conoce el acto cívico-religioso que se lleva a cabo la
víspera de la festividad de San Fermín en Pamplona. Las Vísperas tienen lugar
en la Iglesia de San Lorenzo, donde se encuentra la Capilla de San Fermín. La
Corporación Municipal, con toda solemnidad, se acerca hasta la Capilla, a la
celebración religiosa, que nace en 1599 como consecuencia de un voto que
realiza la Ciudad de Pamplona al Santo por su intercesión en la epidemia de
peste bubónica que sufrió la población a finales del siglo XVI. La «procesión»
de la Corporación y la banda de música desde la Casa Consistorial hasta la
Iglesia de San Lorenzo es lo que se ha venido a llamar el Riau Riau.
Con el paso de los siglos,
naturalmente, se han ido adquiriendo costumbres y se han realizado cambios en
esta Marcha a Vísperas, la denominación real del Riau Riau. Durante muchos
años, la población era básicamente espectadora alegre de este acto. Pero ya a
mediados del siglo XIX, la participación de los vecinos se va haciendo más
activa, acompañando al alcalde y concejales en el trayecto. Es evidente que el
acto, que no es una procesión religiosa, tiene unas características
particulares teniendo en cuenta el carácter de las gentes de Pamplona y la
alegría desbordada de que hacen gala en las Fiestas de San Fermín. Hay
constancia de que la música que interpreta La Pamplonesa, la banda municipal,
se lleva a cabo desde la década de 1880. El famoso «Vals de Astráin», obra del
músico pamplonés Miguel Astráin Remón, que en realidad se titula «La Alegría de
San Fermín», no tenía letra en origen. La letra fue encargo posterior a Mª
Luisa Ugalde.
Hay un aspecto de las Fiestas de
San Fermín que viene bien a colación. Como he dicho antes, la idiosincrasia de
los pamploneses se observa en el modo de celebrar. Digamos que «se suelta la melena» en esos momentos.
Es alegre, llena de buen humor con continuos dobles sentidos, muy amistosa,
compartida con cualquiera, cantarina y muy emotiva. Al propio tiempo, las
gentes de Pamplona son, en general, «peleonas». Todo esto lo comento para que
se entienda un aspecto concreto: las fiestas de San Fermín son en la calle día
y noche. Con ese humor de dobles sentidos que se gasta por estos lares, y lo «peleones»
que son los pamploneses, ni que decir tiene que la crítica social se ha hecho
presente durante las fiestas como una costumbre más. Y no es algo que venga de
hace pocos años.
Teniendo en cuenta el contexto histórico
y social de cada momento, el grito de «Riau
Riau» con el que se finaliza cada frase del Vals de Astráin fue un hecho de
bastante trascendencia cuando apareció. Y obró sus consecuencias. Este final de
frase no está escrito en la partitura. Al parecer, es cosa de Don Ignacio
Baleztena Ascárate en sus tiempos mozos, allá por 1911. Don Ignacio, personaje
importantísimo en la historia de Pamplona del siglo XX, es, entre otras
muchísimas cosas, el fundador de la primera peña, cuyo origen fue un grupo de
amigos que se reunían en el Café Kutz de la Plaza del Castillo y que debían ser
de aupa: se llamaban a sí mismos los mutilzarras
del Kutz («mutilzarra» viene significar «mozo viejo»).
Hombre con un sentido del humor
excepcional y con ocurrencias increíbles, según él mismo contaba, decidió
gritar «Riau Riau» tras finalizar la
interpretación de la banda, que dirigía su gran amigo el maestro Cervantes, como
manifestación de agrado. Al continuar con las repeticiones, se apercibió de que
sus compañeros de la peña de mutilzarras
se unieron al grito y empezaron a tararear el propio vals. Entre la corporación
y las «gentes sesudas», como él las
llamaba, el disgusto fue mayúsculo por la falta de respeto que, según ellos,
tal «berrido» suponía. Hay que tener
en cuenta, sin embargo, que los Baleztena eran una familia profundamente
carlista y que, en ese momento, el ayuntamiento de Pamplona era liberal. ¿Lo
hizo por molestar? ¿Fue una euforia momentánea e inocente? Él afirma lo segundo
pero conociéndole… El caso es que los bandos del alcalde y las multas se sucedieron
a partir de este momento.
Lo gracioso del tema es que Don
Ignacio Baleztena fue elegido como concejal del Ayuntamiento de Pamplona pocos
años después. Y su primera Marcha a Vísperas, desde el otro lado, el de la
Corporación, tuvo lugar en 1918. Antes, el bueno de Ignacio, que no podía estar
quieto, hizo unas coplillas para que se cantaran con la música de Astráin, lo
que le valió algún que otro disgusto a él y a sus amigos. Las transcribo, según
las recoge su hijo, Javier Baleztena Abarrategui:
COPLAS DEL RIAU-RIAU
Qué majos y qué elegantes
marchan nuestros concejales
precedidos de gigantes
gaitas, chistus y timbales.
Os recomiendo de veras
que tengáis mucho cuidau
de que no os multe Lasheras
por gritar fuerte Riau-riau.
Esos tubos relucientes
y esos fraques tan planchaus
al verlos dicen las gentes
¡Rediez lo que habrán costau!
Ni en París ni en los Madriles
ni en San Luis de Potosí
se encuentran unos ediles
más majos que los de aquí.
Lasheras era
el Jefe de la Policía Municipal. Como indicaba antes, Ignacio Baleztena sale
elegido concejal del ayuntamiento y en los sanfermines de 1918 le toca
«desfilar» con el «frac bien planchau».
El alcalde, familiar suyo, Don Javier Arraiza Baleztena, lanza un bando lleno de
prohibiciones y amenazas, que Ignacio Baleztena se encarga de comentar poco
después de finalizar las fiestas: «Siguen
otras disposiciones por el estilo, acogidas favorablemente por la gente sesuda
y que provocaron el enfado de los carentes de tal madurez de juicio. Este bando
y disposiciones tomadas con imprudente rigor dieron ocasión a la gran pita con
que el pueblo soberano obsequió al alcalde cuando hizo su aparición en el palco
presidencial de la Plaza de Toros.» El asunto del Riau Riau, antes que
arreglarse, se iba embrollando.
Como decía,
antes, la crítica social siempre ha tenido un hueco en las fiestas, incluida,
por supuesto, la época de Franco, sin que por ello hubiese altercados de
consideración. Pero hete aquí que aparece la ruptura política en Navarra.
Con
anterioridad a 1975, las cosas ya estaban enrarecidas en general. Y en
Pamplona, la efervescencia política era aun superior. Por supuesto, la
celebración de las fiestas fue tomada al asalto para hacer de ellas una
reivindicación política de carácter mucho más duro y enfrentado. Como
consecuencia de todo ello, se producen los terribles sucesos de 1978, en los
que muere por disparo Germán Rodríguez, militante del LKI. Estos sucesos
obligaron a suspender las fiestas.
Lo cierto es
que la tensión política se fue radicalizando y fruto de todo ello fueron
múltiples incidentes que afectaban profundamente a las fiestas y al resto de la
vida cotidiana en Pamplona. En todo caso, se produce una fractura social entre
las gentes de Navarra con tres bandos profundamente enfrentados: los navarros
no nacionalistas, los nacionalistas en sus diferentes versiones, y los tibios,
ni fu ni fa. Esta fractura, inexistente en el País Vasco, supone un ingrediente
de especial importancia para entender los incidentes del Riau Riau de este año.
Al contrario
de lo que sucede, como decía, en el País Vasco, donde la inmensa mayoría de la
sociedad o es nacionalista o se calla, en Navarra, y concretamente en Pamplona,
la sociedad se enfrenta entre sí. Esto explica la decisión del alcalde de
suspender la celebración del Riau Riau: teniendo en cuenta cómo
se viven, teniendo en cuenta el enfrentamiento social existente, que enseguida
pasa a las manos, y la circunstancia del llenazo absoluto que registraba la
Plaza del Ayuntamiento en la que había todo tipo de gentes, ancianos, niños,
extranjeros, etc., en sanfermines, tratar de haber continuado con la Marcha a Vísperas podía
haber estallado como un polvorín, cosa más que probable conociendo a mis
paisanos.
Pero no es
cierto que la causa de la suspensión hayan sido «las peleas» como se ha publicado, dejando el asunto como si fuese
cosa de borrachos en una discoteca. En absoluto. La causa está en la
organización previa, y conocida por todos los habitantes de Pamplona, por parte
de la izquierda abetzale del boicot
al Riau Riau. La cosa es muy simple.
El nuevo
alcalde de Pamplona, Enrique Maya, de UPN, había decidido retomar oficialmente
el Riau Riau, que llevaba suspendido desde 1996, por la imposición física y
violenta de los abertzales. El
Ayuntamiento de Pamplona decidió incluirlo en el programa de fiestas con los
votos a favor de UPN y PP; la abstención cobarde del PSOE (los «tibios»); la abstención interesada de
NaBai (que les tocó tirar el Chupinazo este año); y el voto en contra de Bildu.
Con esto ya se sabía qué iba a pasar. Tanto es así que buena parte de la gente
de Pamplona, insisto, en ese verdadero enfrentamiento físico existente, se apuntó a acudir a la Plaza del Ayuntamiento
para defender, como hiciera falta, la costumbre, la tradición y su libertad
contra la violencia y la imposición de los abertzales.
En efecto, los
puños salen al aire rápidamente. Los abertzales
iniciaron sus maniobras de aproximación al cordón policial. Si se sabe
organizar, y a estos pájaros les sobra experiencia, el movimiento de varios
grupos poco numerosos entre la masa de gente es bastante sencillo. El problema
lo encontraron –aunque no tengo la más mínima duda de que lo tenían previsto-
en que había bastante gente dispuesta a impedírselo. Y ahí es cuando se armó la
marimorena.
A pesar de la barahúnda,
los unos y los otros son fácilmente identificables en las imágenes existentes.
Pero el hecho es que, en tales circunstancias, lo único prudente era que la
Corporación se retirara y se suspendiese la Marcha a Vísperas. Ciertamente, y
una vez más, los sinvergüenzas han conseguido lo que se proponen. Pero es
importante, a mi juicio, ser conscientes de cuál es el contexto y de cómo se
producen los hechos.
1.
Una buena parte de la sociedad pamplonesa se
sigue defendiendo con uñas y dientes, con manotazos y puñetazos, de las
imposiciones de los bastardos. No se piense que esta sociedad navarra y la
vasca son equiparables en este terreno.
2.
En las circunstancias reales en las que se
celebra el Riau Riau, con multitud de personas pacíficas, con familias, con
niños; con un recorrido por calles muy estrechas; con la necesidad de proteger
a una banda de músicos bastante numerosa que no pueden avanzar y que, sin
quererlo, se convierten en un «tapón»
para el resto; con todo ello, cuatro o cinco grupos de cincuenta tiparracos están en ventaja:
es bastante sencillo, en esas condiciones, retener toda la comitiva.
3.
En esas mismas circunstancias, una actuación
policial más contundente, no tiene sentido. Téngase en cuenta que una
aglomeración de personas semejante en un recinto más bien pequeño, rodeado de
calles estrechas y callejuelas, personas en su inmensa mayoría «inocentes», no puede disolverse
policialmente.
4.
Abundando en lo anterior, hay que tener muy
claro que no todo lo posible es lo aconsejable. Si el alcalde hubiese optado
por una intervención policial antidisturbios, las consecuencias inmediatas
habrían sido desastrosas. Y esa era, básicamente, la pretensión de los etarras. El mal menor fue la suspensión.
Su verdadero triunfo, como tantas veces, habría sido provocar el caos.
5.
Pero no les ha salido barato. En lo personal, se
llevaron lo suyo en el momento muchos de ellos. Y más allá, Mikel Aúza, el
melenudo profesor de instituto y repartidor de mamporros con sus brazos
tatuados, ya fue detenido al día siguiente –tiene antecedentes el jicho, claro;
es un «pofesional» de la violencia-.
Y ahora queda en manos de la justicia que, espero, actúe responsablemente y con
mano muy dura.
6.
No es el único. Tengo noticias de que en las
últimas horas se ha detenido a otro jicholis de estos. Y sé que ya han
identificado a unos cuantos más… «a por
ellos, oé, a por ellos, oé; a por ellos, oé, a por ellos eoeeeeé».
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