miércoles, 25 de julio de 2012

Peces-Barba y «el estado de las autonomías».

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No es un obituario. Ha muerto Peces-Barba, uno de los «padres» de la Constitución (tanto padre para una sola hija…). Que Dios lo acoja en su Gloria. Descanse en paz.

                Pero a lo que voy es al asunto de las autonomías, el tipo de estado «consagrado» por los «padres» en la «Hija». Se hizo mediante negociaciones para llegar a un consenso que contentara a la mayoría.

                A pesar de la buena prensa que tiene el consenso, la realidad es que llegar a conseguirlo suele ser un proceso lleno de cesiones impuestas, concesiones  innecesarias, decisiones a corto plazo que determinan el largo, chantajes, presiones inaceptables, amenazas y otras miserias que suelen quedar tapadas en la intrahistoria de las negociaciones. Una  cosa son los acuerdos y otra muy diferente los consensos.

                Los entresijos y las reuniones previas a la aprobación de la Constitución Española están llenos de miserias y salpicados de algún comportamiento personal con altura de miras. La dotación del Pueblo Español a sí mismo (una de esas memeces políticas grandilocuentes) del «Estado de las Autonomías» es buena prueba de ello. La razón fundamental de su artificiosa creación fue sumar a los nacionalismos periféricos al «consenso», así como a unas cuantas «sensibilidades» de izquierda, muy por esta labor también. Y este último punto, el de las «sensibilidades», tiene más importancia de la aparente.

Qué habría sucedido si no se hubiese establecido este tipo de estado autonómico es un futurible, de manera que sería poco honesto utilizarlo como argumento. Pero cómo se acordó, eso son hechos. Y lo cierto es que, como siempre, aquellos vientos trajeron estas tempestades.

Uno de los aspectos más interesantes de la «cuestión autonómica» es que parte de presupuestos falsos y artificiales, creados ex profeso para sacarla adelante «con el máximo consenso posible».

La forma del estado no es otra cosa que un modo de organizarse –o eso debería ser-. Pero las mezquindades de unos y otros, de casi todos, inciden peligrosamente en ello y lo convierten en otra cosa. Entre los españoles, esta característica parece intrínseca.

Por un lado, las autonomías nunca existieron: ni como tales ni de ninguna otra forma asimilable. Sencillamente, son un mal invento en la Transición. Hasta tal punto no es así que durante el «proceso autonómico» se deshicieron regiones previamente existentes y se inventaron nuevas. Entre tanto, los intereses más bajos, manifestados en movimientos políticos nacionalistas absurdos, se convirtieron en lobbies mediante el crimen, el chantaje, la «lucha», la demagogia, el populismo y la falta de respeto al pueblo. Movimientos terroristas como el MPAIAC en Canarias, el Exercito do Pobo Galego, Terra Lliure o ETA, apoyados en mayor o menor medida por políticos de portada e intelectuales autotitulados, la mayoría de izquierda, aunque no exclusivamente, hicieron los papeles chantajistas tipo «poli malo – poli bueno» de manera eficiente en el proceso autonómico. Una vez logrado el objetivo, se reconvirtieron, casi todos, con la aquiescencia del estado y el beneplácito de muchas personas (ERC, Bloque Nacionalista Gallego, Herri Batasauna, Aralar, Euzkadiko Ezkerra – PSE, Coalición Canaria, Izquierda Unida, Convergencia Democrática de Cataluña, etc.). Todos estos partidos, y otros más, recogieron las nueces de los árboles sacudidos por los primeros.

La inclusión constitucional del término «nacionalidades» fue un penoso triunfo que validó el desarrollo posterior de políticas nacionalistas de presión, victimismo y chantaje, formalizado todo ello a través de los estatutos de autonomía, verdadero cachondeo legal, histórico, sociológico y económico. Al margen, por supuesto, de la arbitrariedad que supuso la determinación en la Constitución de unas regiones españolas como «nacionalidades» y otras como meras «regiones».

El señor Peces-Barba Martínez, representando al Grupo Parlamentario Socialista el 4 de julio de 1978, interviene ante sus señorías para defender el concepto de España como «comunidad superior de naciones». Algunos párrafos de su discurso son elocuentes.
«Por consiguiente, la defensa de la existencia de diversas naciones en la comunidad superior de España y en el seno del Estado no es, a nuestro juicio, una peligrosa bomba de relojería para favorecer el separatismo, como se ha venido a decir [se refiere a la intervención previa del señor Silva Muñoz, de Alianza Popular]».
«Pero, centrándonos ya en el tema “nacionalidades”, tengo que decir que nosotros no participamos del catastrofismo con que se enfoca en la enmienda que combatimos y en la inteligente intervención que el señor Silva ha hecho para defender su posición. Primero, nosotros hemos dicho en Comisión, y lo afirmamos de nuevo aquí, que el término nacionalidad es un término sinónimo de nación, y por eso hemos hablado de España como nación de naciones.»
«[…] tenemos que decir que la nación, España, puede comprender en su seno otras naciones o nacionalidades, comunidades como la comunidad España; y eso son, dentro de España, Cataluña, Euzkadi, Galicia, Castilla y aquellos que se consideren que tienen esas condiciones de comunidad».
«Cuando se afirma de una manera voluntaria que no hay más que una nación, que es España, se está partiendo de la misma miopía del franquismo, porque las comunidades no se constituyen por la fuerza, sino por el libre asentimiento».
«Ese nacionalismo exacerbado, pasión conservadora, alcanza su hito máximo, y su ruina, con los fascismos y los nacional-socialismos, y en España con el franquismo. […] Hoy vivimos en España y en Europa una nueva andadura colectiva que pretende superar la idea perniciosa de que toda nación tiene que ser, necesariamente, un Estado independiente, y la contraria, tan perniciosa como ella, de que no caben naciones de naciones en un Estado único».
A pesar de lo larga que resulta la cita del Peces-Barba, creo que es interesante para hacerse una idea de la actuación en el proceso constituyente del Partido Socialista y de otros grupos. No hace falta recoger las intervenciones de otros representantes políticos en este pleno como Solé Tura, Letamendía Belzunce, Carrillo Solares, Arzalluz Antía, Roca Yunyent o Martín Toval, todos ellos del mismo tenor.
Como argüía Peces-Barba, un estado de las autonomías como el que nos dejaron no significa la ruptura de España… por ahora. Quiero decir que, en este sentido, tampoco sabemos cuántos años hacen falta para ello, si así sucediera.
Pero tratemos de ver el panorama actual: los españoles, nosotros, ¿estamos más unidos que en 1978 o más desunidos? ¿Hay más movimientos nacionalistas ahora o entonces? ¿Qué coste, en términos de solidez internacional, ha tenido para España «el estado de las autonomías»? ¿Cuánta «energía» ha perdido nuestro país por obra de esta «organización»? ¿Qué coste económico ha supuesto para cada uno de los españoles y para España, en general, el sostenimiento de las autonomías? ¿Cuántos esfuerzos políticos ha habido que hacer por este asunto, que podrían haberse evitado o dedicado a cuestiones más cercanas a los ciudadanos y al mal llamado «estado del bienestar»? ¿Qué idea de país ha arraigado en las generaciones nuevas de españoles? ¿Qué seguridad jurídica ofrece a los posibles inversores extranjeros una organización troceada como la que tenemos? ¿Cuánto se ha invertido en mantener un «estado de las autonomías» como el que tenemos? ¿Cuánto se ha gastado, a través de las autonomías, en mantener la idea artificial de «nacionalidad» mediante el «nacionalismo»? ¿Cuánto tiene que ver este asunto en nuestra actual situación, no solo económica, sino de solidaridad entre españoles, de apoyo mutuo, de unidad frente a la adversidad?
Argako urretxindorra

 

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