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No es un obituario. Ha muerto Peces-Barba, uno de los
«padres» de la Constitución (tanto padre para una sola hija…). Que Dios lo acoja en su Gloria. Descanse en paz.
Pero a
lo que voy es al asunto de las autonomías, el tipo de estado «consagrado» por
los «padres» en la «Hija». Se hizo mediante negociaciones para llegar a un
consenso que contentara a la mayoría.
A pesar
de la buena prensa que tiene el consenso, la realidad es que llegar a conseguirlo
suele ser un proceso lleno de cesiones impuestas, concesiones innecesarias, decisiones a corto plazo que
determinan el largo, chantajes, presiones inaceptables, amenazas y otras
miserias que suelen quedar tapadas en la intrahistoria de las negociaciones.
Una cosa son los acuerdos y otra muy
diferente los consensos.
Los
entresijos y las reuniones previas a la aprobación de la Constitución Española están
llenos de miserias y salpicados de algún comportamiento personal con altura de
miras. La dotación del Pueblo Español a sí mismo (una de esas memeces políticas
grandilocuentes) del «Estado de las Autonomías» es buena prueba de ello. La
razón fundamental de su artificiosa creación fue sumar a los nacionalismos
periféricos al «consenso», así como a unas cuantas «sensibilidades» de izquierda,
muy por esta labor también. Y este último punto, el de las «sensibilidades»,
tiene más importancia de la aparente.
Qué habría sucedido si no se
hubiese establecido este tipo de estado autonómico es un futurible, de manera
que sería poco honesto utilizarlo como argumento. Pero cómo se acordó, eso son
hechos. Y lo cierto es que, como siempre, aquellos vientos trajeron estas
tempestades.
Uno de los aspectos más
interesantes de la «cuestión autonómica» es que parte de presupuestos falsos y
artificiales, creados ex profeso para
sacarla adelante «con el máximo consenso
posible».
La forma del estado no es otra
cosa que un modo de organizarse –o eso debería ser-. Pero las mezquindades de
unos y otros, de casi todos, inciden peligrosamente en ello y lo convierten en
otra cosa. Entre los españoles, esta característica parece intrínseca.
Por un lado, las autonomías nunca
existieron: ni como tales ni de ninguna otra forma asimilable. Sencillamente,
son un mal invento en la Transición. Hasta tal punto no es así que durante el
«proceso autonómico» se deshicieron regiones previamente existentes y se inventaron
nuevas. Entre tanto, los intereses más bajos, manifestados en movimientos
políticos nacionalistas absurdos, se convirtieron en lobbies mediante el crimen, el chantaje, la «lucha», la demagogia,
el populismo y la falta de respeto al pueblo. Movimientos terroristas como el
MPAIAC en Canarias, el Exercito do Pobo Galego, Terra Lliure o ETA, apoyados en
mayor o menor medida por políticos de portada e intelectuales autotitulados, la
mayoría de izquierda, aunque no exclusivamente, hicieron los papeles
chantajistas tipo «poli malo – poli bueno»
de manera eficiente en el proceso autonómico. Una vez logrado el objetivo, se
reconvirtieron, casi todos, con la aquiescencia del estado y el beneplácito de
muchas personas (ERC, Bloque Nacionalista Gallego, Herri Batasauna, Aralar, Euzkadiko
Ezkerra – PSE, Coalición Canaria, Izquierda Unida, Convergencia Democrática de
Cataluña, etc.). Todos estos partidos, y otros más, recogieron las nueces de
los árboles sacudidos por los primeros.
La inclusión constitucional del
término «nacionalidades» fue un penoso triunfo que validó el desarrollo
posterior de políticas nacionalistas de presión, victimismo y chantaje,
formalizado todo ello a través de los estatutos de autonomía, verdadero
cachondeo legal, histórico, sociológico y económico. Al margen, por supuesto,
de la arbitrariedad que supuso la determinación en la Constitución de unas
regiones españolas como «nacionalidades» y otras como meras «regiones».
El señor Peces-Barba Martínez,
representando al Grupo Parlamentario Socialista el 4 de julio de 1978,
interviene ante sus señorías para defender el concepto de España como «comunidad superior de naciones».
Algunos párrafos de su discurso son elocuentes.
«Por
consiguiente, la defensa de la existencia de diversas naciones en la comunidad superior
de España y en el seno del Estado no es, a nuestro juicio, una peligrosa bomba
de relojería para favorecer el separatismo, como se ha venido a decir [se
refiere a la intervención previa del señor Silva Muñoz, de Alianza Popular]».
«Pero, centrándonos ya en el tema “nacionalidades”,
tengo que decir que nosotros no participamos del catastrofismo con que se enfoca
en la enmienda que combatimos y en la inteligente intervención que el señor
Silva ha hecho para defender su posición. Primero, nosotros hemos dicho en
Comisión, y lo afirmamos de nuevo aquí, que el término nacionalidad es un
término sinónimo de nación, y por eso hemos hablado de España como nación de
naciones.»
«[…] tenemos
que decir que la nación, España, puede comprender en su seno otras naciones o nacionalidades,
comunidades como la comunidad España; y eso son, dentro de España, Cataluña,
Euzkadi, Galicia, Castilla y aquellos que se consideren que tienen esas
condiciones de comunidad».
«Cuando se
afirma de una manera voluntaria que no hay más que una nación, que es España, se
está partiendo de la misma miopía del franquismo, porque las comunidades no se constituyen
por la fuerza, sino por el libre asentimiento».
«Ese nacionalismo exacerbado, pasión
conservadora, alcanza su hito máximo, y su ruina, con los fascismos y los
nacional-socialismos, y en España con el franquismo. […] Hoy vivimos en España y en Europa una nueva
andadura colectiva que pretende superar la idea perniciosa de que toda nación tiene
que ser, necesariamente, un Estado independiente, y la contraria, tan
perniciosa como ella, de que no caben naciones de naciones en un Estado único».
A pesar de lo
larga que resulta la cita del Peces-Barba, creo que es interesante para hacerse
una idea de la actuación en el proceso constituyente del Partido Socialista y
de otros grupos. No hace falta recoger las intervenciones de otros representantes
políticos en este pleno como Solé Tura, Letamendía Belzunce, Carrillo Solares,
Arzalluz Antía, Roca Yunyent o Martín Toval, todos ellos del mismo tenor.
Como argüía Peces-Barba,
un estado de las autonomías como el que nos dejaron no significa la ruptura de
España… por ahora. Quiero decir que, en este sentido, tampoco sabemos cuántos
años hacen falta para ello, si así sucediera.
Pero tratemos
de ver el panorama actual: los españoles, nosotros, ¿estamos más unidos que en
1978 o más desunidos? ¿Hay más movimientos nacionalistas ahora o entonces? ¿Qué
coste, en términos de solidez internacional, ha tenido para España «el estado
de las autonomías»? ¿Cuánta «energía» ha perdido nuestro país por obra de esta
«organización»? ¿Qué coste económico ha supuesto para cada uno de los españoles
y para España, en general, el sostenimiento de las autonomías? ¿Cuántos
esfuerzos políticos ha habido que hacer por este asunto, que podrían haberse
evitado o dedicado a cuestiones más cercanas a los ciudadanos y al mal llamado
«estado del bienestar»? ¿Qué idea de país ha arraigado en las generaciones
nuevas de españoles? ¿Qué seguridad jurídica ofrece a los posibles inversores extranjeros
una organización troceada como la que tenemos? ¿Cuánto se ha invertido en
mantener un «estado de las autonomías» como el que tenemos? ¿Cuánto se ha
gastado, a través de las autonomías, en mantener la idea artificial de
«nacionalidad» mediante el «nacionalismo»? ¿Cuánto tiene que ver este asunto en
nuestra actual situación, no solo económica, sino de solidaridad entre
españoles, de apoyo mutuo, de unidad frente a la adversidad?
Argako urretxindorra
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