sábado, 26 de mayo de 2012

¿El Himno? Unos pinganillos, hombre.

Advertencia previa: esta entradilla es una mera ironía y, como tal, debería leerse. Salvo la última frase, que ni siquiera es una pregunta retórica. Me lo pregunto... "en serio".

A ver, díganme qué piensan de esto. He leído en algún sitio que, para lo del Himno en la Final de la Copa del Rey, habían alquilado una supermegafonía de 100.000 watios. Yo no sé cómo es un watio pero, a bote pronto, cien mil, puestos uno detrás de otro, suena a una fila enorme.

Con eso, digo yo, pretendían que se oyese bien el Himno, por encima del abucheo y del pitorreo que, se sabía, iba a producirse. Lo que se dice, convertir en previsto lo previsible.

Esto de los watios de potencia sónica debe ser asunto complejo y de tener estudios de alto copete. Así que los “técnicos” han debido hacer sus cálculos y llegar a la conclusión: 100.000, como los Hijos de San Luis, serán suficientes.

Dios me libre de entrar yo en estas cosas, de las que no tengo ni la más remota idea. Pero, cuando leí el asunto, así, de andar por casa, pensé: “¡Qué barbaridad!”.

Cogí un lápiz que había en el cajón, y en un sobre que me había mandado el banco, garabateé: “100,000, por un lado. Por el otro, 20.000 seguidores del Barça y 40.000 del Bilbao. A un watio de pitido de cada catalán y a dos por cada bilbaíno, que para eso son de Bilbao, total otros 100.000. Empate.” Y, en mi ignorancia, me quedé sin conclusión útil. “Una de dos, o esto de los watios se suma, y tenemos un cisco de 200.000 watios, o se resta y entonces tenemos el silencio total. No sé cuál será la fórmula.  En cualquier caso, el Himno no se va a oír”, elucubraba yo.

Ahora, a toro pasado, sigo sin saber lo que es un watio; pero me ha quedado claro que 40.000 vascos y 20.000 catalanes juntos, al silbo, emiten con más de 100.000 watios de potencia. Y, digo, por decir, ¿los “técnicos” se liaron con las fórmulas?

Yo creo que tenían que haber hecho al revés. Tenían que haber comprado un par de docenas de pinganillos, de esos de Renfe, que son baratillos; habérselos entregado cortésmente a Su Alteza, a la Vicepresidenta, a los lendacaris, a los molthonorables y demás personajes de palco; y haber hecho sonar el Himno a 20 o 25 watios, solo para ellos y para los telespectadores que quisieran. Con un poco de suerte, los “barras bravas” apolíticos y sumamente deportivos de las gradas no se habrían dado cuenta. Y ni pitos ni flautas. Todo lo más tres o cuatro silbidos de algún molthonorable o de algún lendacari que, sin el contexto del Himno, no se sabría muy bien si iban dirigidos a las azafatas del palco o iban como una cuba, cosa comprensible en tan magno acontecimiento.

Eso sí: yo, educadamente, después diría por megafonía algo así como “Señoras y señores espectadores: aaahh, se siente, ya ha pasado el Himno.” No por joder, sino para que el árbitro se enterase de que podía iniciar el encuentro.

Lo peor que podía pasar es que hubiese fallado la estrategia, es decir, lo mismito que ha pasado en realidad. Pero te ahorras una pasta en alquiler de equipos de sonido, que tal y como están las cosas…

Con perdón, pero ¿estamos tontos, o qué?

Arga-ko urretxindorra

jueves, 24 de mayo de 2012

La Final de la Copa del Rey… 2011, y don Andoni Ortúzar Arruabarrena.

Andoni Ortúzar Arruabarrena se tituló como periodista en la Universidad del País Vasco. Trabajó algo en Radio Popular de Bilbao y, pronto, ingresó en la redacción de Deia, el periódico oficialista del PNV. Además de periodista, dedicó su tiempo a la política, en la rama sindicalista. Ya se sabe que aquí, en España, el sindicalismo es una rama política; por cierto, bastante lucrativa y provechosa para quien apunte maneras. Como miembro del sindicato Euskal Langileen Alkartasuna, más conocido por sus siglas en vasco y español, ELA-STV, y que, naturalmente, es el sindicato oficialista del PNV (ya les decía, una rama de la política provechosa para los listos), llegó a presidente del comité de empresa de Deia. Todo queda en casa.

La historia le dio a Ortúzar para vivir hasta 1987. Ese año, abandonó el periódico. ¿Por qué? Porque consiguió otro trabajo, naturalmente. Fue nombrado asesor (qué magnífico invento este de los asesores) del Departamento de Presidencia, Justicia y Desarrollo del Gobierno Vasco. Naturalmente, el partido gobernante era el PNV. Que si hacemos cuentas ha estado gobernando desde 1979 hasta 2009. 30 años en los que bien se puede establecer una especie de red clientelar de difusas fronteras e indefinidos límites entre Partido, Sindicato, medio(s) de comunicación, asesores del Partido o del Sindicato para el gobierno, directores de agencias institucionales o públicas, empresas públicas… El Partido y el Sindicato, en 30 años, se convierten en magníficos semilleros de cargos públicos de todo tipo. Y en atractivas ETT –bueno , quizá la última T habría que cambiarla por CE, casi eterno- a las que los jóvenes vascos se afilian para asegurarse la carrera profesional sin más competencia social que las zancadillas internas propias de todo partido y sindicato que se precie.

Volviendo a Andoni, continuó con la expansión de su carrera. El de Sanfuentes obtuvo un nuevo nombramiento en 1991, también de asesor. Esta vez en la Secretaría de la Presidencia y, de ahí, a la entonces recién creada Secretaría General de Acción Exterior, que suena un poco arcaico y como clandestinillo,  pero que es un órgano oficial del Gobierno Vasco. Y continuó Ortúzar. En el 92, nuevo cargo: Coordinador de la Secretaría. Hay que reconocer la capacidad de adaptación de este hombre, al que cambian de puesto cada nada, y el tío se hace a todo. Ahora, ya no es asesor. Ya tiene puesto de miembro. En concreto, es el responsable directo del Gobierno Vasco en la preparación de las misiones institucionales en el exterior y de las visitas oficiales de mandatarios y personalidades al País Vasco.

En 1995 deja de ser coordinador para ocupar el puesto de su antiguo jefe: Secretario General de Acción Exterior del Gobierno Vasco, con dependencia directa del lehendakari. Había dejado Deia ocho años antes; lo digo para tener un referencia en esta locura de ascensos. Del 95 al 99, tres cargos más, que no escribo porque son larguísimos y rimbombantes hasta no poder más.

En 1999, Andoni es nombrado, por fin, nada más y nada menos que Director General de EITB, o sea, la radio y la televisión pública vasca. La perfecta simbiosis: el partido da al hombre, el hombre da al partido y así, hasta el infinito. El bueno de Ortúzar Arruabarrena, don Andoni, esta vez se quedó pegado al sillón; el hombre no se movió de él hasta 2008, algo completamente anormal en su carrera. Y salió, básicamente, porque su PNV del alma perdió el Gobierno, o algo así. Y se fue al paro… ¡Que no, que es broma! Fue elegido Presidente del BBB, o sea, del Bizkai Buru Batzar; o sea, el jefazo del PNV en Vizcaya. ¡Qué bonita es la lealtad mutua! El partido da la hombre, el hombre da al partido, el partido da al hombre… Aunque, esto ya lo he dicho antes, ¿no?

Bueno, Andoni vuelve al seno –más bien a la cúspide- del Partido-amatxo ( o aitatxo, porque no sé bien si el PNV debe considerarse como una madre o como un padre).  Y va un día y dice, que es a lo que va todo esto, después de esta pequeña introducción:

“Un partido de fútbol es un partido de fútbol; no convirtamos un campo de fútbol en el Congreso de los Diputados.”  Les suena de qué va esto, ¿no? Lo de la Copa del Rey, exacto. Y dice también el bueno de Andoni:

“Seguramente nadie pitaría al himno español, si antes o después, se pusiera el himno vasco y el catalán porque también tenemos himno, somos países que tenemos himno. ¿Por qué no se toca nuestro himno?"

Dice más cosas, pero son bastante menos inteligentes que estas. Así que no las recojo. ¡Grande, Andoni!

Este buen hijo predilecto del Partido, entregado desinteresadamente a la causa vasca en cuerpo y alma, o no tan desinteresadamente porque lleva viviendo de la causa toda la vida. Pero en cuerpo y alma, sí, entregado. Pues este buen hijo, es uno de esos genios de la estrategia nacionalista. No en vano, es un consumado especialista en lo de “exteriores” por dedicación… de cargos. Y como tal estratega, se sabe de memoria cómo hacer declaraciones públicas en favor de la causa, siempre la causa.

Primero, una frase de estas cortas, ocurrentes (¿?), con rasgos de poner paz y equidistante, siempre, medidamente equidistante.

Y después, el característico comentario nacionalista profundo, que tiene unas notas definidas:

a)    Siempre victimista.
b)    Siempre dejando entrever la injusticia del país opresor (“… porque también tenemos himno").
c)    Siempre anunciando el “derecho” que se les va a conculcar (“¿Por qué no se toca nuestro himno?”)
d)    Siempre dejando la afirmación soberanista (“Somos países que tenemos himno.”)
e)    Y siempre, dejando el puntito de chantaje o de amenaza, según convenga (“Seguramente, nadie pitaría al himno español si…”).

Siempre es lo mismo, no se piensen. Les aseguro que si analizan cualquier declaración nacionalista desde el prisma de estas cinco características, les salen las cinco. Lo que pasa que no merece la pena hacerlo porque es bastante aburrido. Lo único, eso sí, es que sabiendo esta recetilla uno deja de dar importancia al 99% de las baladronadas con que nos hastían día sí y día también; y con ello se ahorra tiempo y disgustillos tontos.

Arga-ko urretxindorra

miércoles, 23 de mayo de 2012

La final de la Copa del Rey… 2011

¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Maravilloso! ¡Genial! ¡Épico! ¡Se armó la gorda… otra vez!

Podrán decir lo que quieran pero es innegable. Lo llevan en los genes. Lo llevan en la sangre. Es su naturaleza. Me refiero a mis entrañables independentistas: son la quintaesencia del español. Ese entrar al capote al mejor estilo miura; ese cabreo súbito y explosivo; ese llenarse la boca de epítetos; esa reacción en tromba; esas explosiones de mal humor encadenadas; ese decir lo uno y su contrario al mismo tiempo; esa dignidad ultrajada; esa muestra pública del honor mancillado; ese “todos a una”; esa incontinencia torrencial… ¡Ah, tan castizamente español todo ello! ¡Tan provincianamente español! ¡Tan deliciosamente español!

¡Qué reacciones, señores, qué reacciones!

Y me pregunto yo alguna cosilla. Eso de la libertad de expresión, ¿existe o no existe? O, ¿existe según para quién y para quién no? O, ¿los que sí pueden ejercer su libertad de expresión son los encargados por los dioses de decidir quiénes no pueden ejercerla? O sea, Esperanza Aguirre: ¿tiene derecho a opinar o no lo tiene? ¿Tiene libertad de expresión o no?

También me pregunto: ¿por qué la opinión de Esperanza Aguirre es politizar el fútbol? Mi cortedad es evidente porque no lo entiendo. ¿No es politizar el fútbol lo que han dicho otros políticos al hilo de su opinión? ¿Por qué lo de ella sí y lo de estos no? ¿Por qué no se han empleado, políticos y periodistas dolidos por la opinión de la Espe, con el mismo argumento y la misma contundencia contra la campaña de politización de esta Final organizada (la campaña, no la Final) por Catalunya Acciò (que ya lo hizo en 2009)? ¿Santiago Espot no está politizando el partidito de marras y Aguirre sí?

¿No es politizar el fútbol la que ha organizado Amaiur en el Congreso, recibiendo a los cinco representantes de las plataformas independentistas pro-selecciones de Cataluña, País Vasco y Galicia con motivo de esta Final? ¿No es politizarlo que diputados de CiU, BNG, ICV, ERC y Bildu se sumen presencialmente a este hecho y lo apoyen sin reservas? Me da muchísima vergüenza no ser capaz de entender algo así, con lo fácil que parece ser para los demás.

La verdad es que todo resulta tan evidentemente asqueroso, así que no hace falta seguir.

No puedo evitar recordar al viejo Eric Arthur Blair, aquel socialista miembro del Partido Laborista Independiente, alistado en las milicias del POUM durante la Guerra Civil y admirador de la CNT; aquel indigente que sobrevivía a duras penas en las miserables calles de París y Londres, como describió en su Down and out in Paris and London; aquel hombre que, trabajando para el Servicio Oriental de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial , se sentía como “una naranja que ha sido pisoteada por una bota muy sucia” y se marchó para ponerse a escribir en el semanal de izquierdas Tribune. No puedo evitar recordar, una vez más, al hilo de lo que sucede 65 años después, su síntesis brutal:  "All animals are equal, but some animals are more equal than others" (“Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros").

Arga-ko urretxindorra

martes, 15 de mayo de 2012

La crisis

El término crisis llega al español a través del latín pero su origen es griego (sin sarcasmos). El vocablo krisis, a su vez, procede del verbo krinein con idea de «separar» o «romper» para analizar, para estudiar, para decidir, para tener un mejor juicio. De ahí términos como crítica que, en puridad, se refiere al estudio y análisis para emitir un juicio; o criterio, que es un juicio adecuado.

No se debe dejar de lado la etimología a la hora de reflexionar sobre las palabras, sus significados y sus acepciones. Y, sobre todo, cuando se quiere encontrar el sentido del uso actual de un vocablo. Y a ello me vengo a referir: la crisis.

Salvo algunas interjecciones y exclamaciones, que en su cantidad de uso tienen mucho que ver con el estado de ánimo, la palabra crisis es, probablemente, el sustantivo más usado o, cuando menos, el más popular de un tiempo a esta parte.

Lo cierto es que el significado que ha adquirido el término se ha restringido notablemente y, a un tiempo, se ha hecho profundamente peyorativo o, más exactamente, negativo.

En realidad, la acepción más interesante para mí es la de «cambio». Y «cambio» sin sentido negativo, necesariamente. En mi opinión una crisis es un cambio, un cambio que tiene una serie de notas o peculiaridades.

-    Es un cambio brusco. Es súbito, rápido.
-    Es un cambio no buscado. Se produce de manera quasi espontánea, per se, sin que nadie lo haya buscado. Sus causas no están en la voluntariedad sino, más bien, en su contrario.
-    Es un cambio no querido. No solo es que no se busque: es que no se desea que suceda. Se produce, precisamente, cuando la voluntad general es la de que no aparezca.
-    Es un cambio agresivo, en el sentido de que no se “para en barras”, en el sentido de que no tiene en cuenta qué se lleva por delante ni el coste que tal cambio pueda suponer.
-    Es un cambio regenerador a marchas forzadas. Tiene un cierto sentido catártico.
-    Es un cambio natural, de manera que obvia los deseos o lo intereses artificiales (humanos): se rige por esas últimas leyes que no puede manejar el hombre a su antojo.
-    Es un cambio inevitable. No hay nada que pueda impedirlo. Sucede y solo queda someterse a él de manera inteligente y libre porque las leyes de la crisis están, como he dicho, por encima de las posibilidades del hombre.

Cada una de estas características bien merece una profunda reflexión. Pero no es el lugar para ello. Sí diré que esta crisis nuestra actual es de mayor magnitud que lo que somos capaces de apreciar y que no es, por mucho que se insista en ello, una crisis meramente económica. No importa que ese sea el calificativo con que tratamos de especificarla: la crisis es un cambio que funciona por libre y que, además, no se atiene a un solo aspecto o a un solo ámbito. La crisis, definitivamente, es un cambio en profundidad y en extensión, con todas sus características propias.

Pero, naturalmente, sí que tiene sus causas la crisis. El ejemplo sería el de la máquina de tren de la película “Los hermanos Marx van al oeste”: “Más maderaaa”. Hasta que la máquina revienta por la presión. Ese es el origen de una crisis, básicamente. Un poco de madera, es necesario. Más madera, es mejor. Muchas veces más madera, te pasaste, amigo: esto explota.

El «estado del bienestar» es una de las falacias más gordas que existen. Aunque reconozco que no sé muy bien en qué consiste porque es una de esas expresiones que utiliza todo el mundo pero que apenas tiene significado, que nos entendemos a tientas con ella, vaya, sí tengo bastante claro que es una expresión al servicio del que la usa en el peor sentido. Básicamente, todos lo entendemos como una especie de paraíso terrenal, incluidos los descreídos. Se trata de algo así como que en determinadas partes del mundo hemos llegado a un desarrollo tal que los afortunados que vivimos en ellas lo hacemos opíparamente. La expresión, por sí sola, es contundente en este sentido: un estado –una dimensión nueva, o algo así- de bien – estar: de estar, de musguear, de existir, pero estupendamente. Es decir, el neoparaíso terrenal. En tal situación, será todo mejor en tanto que todos seamos ricos, nos paguen nuestros derechos, trabajemos poco o nada y vivamos para el ocio –la contraposición de negocio, neg – otium en latín).

Un «estado del bienestar» que se precie es aquel en el que el ciudadano se dedica, básicamente, a ejercer “sus” derechos. El trabajo más productivo, por tanto, consiste en ir agrandando la bolsa de los derechos, es decir, de todo eso que a mí me da la real gana. Un estado, naturalmente, con derechos y sin deberes, como si uno y otro no estuvieran intrínsecamente unidos. Un estado que sea la chacha que no me puedo permitir, que me preste –me los de- todos los servicios que deseo y sin coste adicional. Un estado –situación- en el que pueda hacer lo que me venga en gana sin coste para mí. Y esto, caricaturesco, o sea, basado en hechos reales, es lo que hemos estado haciendo en los últimos 30 años. Cuento un caso real, aunque cambio algunas cosillas para que no me aticen.

En una ciudad del norte de España, un comercial, bastante bueno, se presenta en el despacho de su jefe. En la confianza que da una buena relación laboral, le expone lo siguiente: “Mira, Fernando, te has equivocado conmigo. Y no te lo tomes a mal. Te agradezco la subida de sueldo que me comentaste, pero eso no es lo que quiero. Yo no necesito más dinero. Vivo con mis padres, así que mi sueldo se queda todo para mí. No tengo gastos fijos, Fernando. Tengo el coche que quiero, salgo y entro cuando quiero y no doy explicaciones a nadie. Mi trabajo me gusta, Fernando, y, hablando claro, lo hago bien. Lo que yo vengo a proponerte es que cambies tu oferta económica por tiempo. No quiero más dinero, quiero más tiempo. Tú ya sabes que mi gran pasión es el surf. Y que me pego auténticas palizas, si hace falta, yendo y viniendo de Tarifa en un fin de semana. Algún día me voy a matar en la carretera. Lo que quiero, Fernando, es que no me subas el sueldo pero tener los viernes libres, así el jueves por la tarde ya puedo disponer de lo que queda hasta el lunes”. Insisto en que este es un caso real. Lo escribo porque refleja bien, a mi juicio, parte de la filosofía del «estado del bienestar».

Cuando en un país como el nuestro hemos rechazado trabajos por penosos o meramente incómodos, y ha tenido que venir gente de fuera a hacerlos; cuando en España, un respetable ciudadano pedía una hipoteca para comprarse su chalecito en Santi Petri porque se había convertido, de buenas a primeras, en un golfero o golfista o como se diga; cuando en nuestro país una pareja iba a pedir un préstamo al banco porque tenían un enorme afán aventurero –de hotel de cinco estrellas y un cometa- y querían conocer Tailandia; cuando aquí un tipo ganaba 2.300 euros limpios al mes y se gastaba 2.900 a cuenta de la visa oro; cuando aquí un muchacho empezó a “estudiar”  a los 3 años, tiene ya 29 y sigue estudiando a costa del erario público o del peculio paternal; cuando aquí, quien más quien menos, montaba una S. L. sin tener ni idea pero siendo “mu listo”, y pidiendo una línea de crédito al banco, y poniéndose un sueldo de presidente de Telefónica; cuando aquí hay cientos de miles de caballeros que son “pobres jornaleros del campo” (el señor alcalde de Marinaleda dixit), pero que calculan exactamente el número de peonadas que tienen que realizar para cobrar el PER y no hacen ni una más ni por favor; cuando aquí el señor Guerra dijo que a este país no lo iba a conocer ni la madre que lo parió (dicho y hecho); cuando aquí el candongo de los trajes no se enteraba o no se quería enterar de lo que sucedía en su partido, en sus ayuntamientos, en su Fira y en su propio gobierno; cuando aquí todo el mundo era hijo de rico teniendo padre pobre; cuando aquí se destinaba más dinero a imponer el catalán, el vasco, el gallego, el valenciano, el mallorquí o el bable que a establecer una potente industria; cuando aquí el sistema educativo hace prácticamente imposible que un chaval no saque su título de Graduado en Secundaria; cuando aquí, entre 1982 y 2005 el número de alumnos universitarios creció casi un 50% y el de universidades aumentó más de un 100%, mientras nos cargábamos la FP; cuando aquí un conocido mío fontanero le preguntaba a su mujer cuántos días tenía que trabajar ese mes en función de si se iba a comprar un visón, se iban de viaje a las Mauricio o no había nada especial para ese mes; cuando aquí todo el que se matricula es ya estudiante y, no importa si estudia o no, todos le pagamos su estancia en el instituto o en la facultad o, mejor aún, en el Erasmus; cuando aquí todos tenemos derecho a una vivienda digna pero no el deber de ganárnosla; cuando aquí todos tenemos derecho a un trabajo digno pero no el deber de trabajar duro; cuando aquí algunos tienen derecho a que les corten el mango inferior central con cargo a mis horas de trabajo pero yo no tengo derecho a que los demás me paguen los dientes que se me han caído con el paso de los años y del turrón duro; cuando aquí tenemos profesores universitarios que después de diez años contratados, y pagándolos yo con mis horas de trabajo, no han hecho una sola investigación que mejore a la sociedad; cuando aquí, la «cultura del pelotazo» se convirtió en la aspiración de todo hijo de vecino; cuando aquí los sindicatos han recibido una «deuda histórica»  de millonrd de euros que, en realidad, la he pagado yo con mis horas de trabajo; cuando aquí, después de 30 años trincando, mangando, colocando a los amigos, desviando dinero de todos para el lucro personal y el pueblo, sabio, soberano e infalible, los vuelve a elegir para que sigan otros 4 años más (algunos van a pillar al Dictador); cuando aquí, siempre que salen mal las cosas, se le echa la culpa a otro… entonces aparece la crisis, ese cambio brusco, que nadie quiere, que nadie busca, agresivo, doloroso, profundo, que funciona con otras leyes y que deja las cunetas llenas. Dios perdona siempre; el hombre, a veces; la naturaleza, nunca.

Cada uno de nosotros hemos jugado un papel. Que cada cual eche un vistazo a su parte alícuota de responsabilidad en la aparición de la dichosa crisis. Algo –mucho- tiene que cambiar, por las buenas o por las malas. Eso es una crisis.

Arga-ko urretxindorra

miércoles, 9 de mayo de 2012

Catalonia is not Spain, but it could be.

Hoy ha habido sesión de control al Gobierno de la Generalidad en el Parlamento catalán. Una jaula de grillos, oiga. Tan pronto se liaban con el señor Mas, que se liaban con el Gobierno nacional, que el señor Mas también se liaba contra el Gobierno nacional, que la señora Sánchez Camacho defendía al Gobierno nacional, que al tiempo apoyaba al señor Mas, que Joaquim Nadal, del PSC, la entramaba contra el Gobierno de la Generalidad… Lo dicho, una jaula de grillos. Pero es normal.

    Lo del nacionalismo, sea catalán, vasco o de Tomelloso, lo complica todo por su propia naturaleza. Porque todas las posibilidades que la política ofrece de por sí hay que multiplicarlas por dos. O sea, algo así: yo, que soy nacionalista, te sacudo a ti, que no lo eres. Pero como además soy de izquierdas, le sacudo también al nacionalista de derechas. Por su parte, el nacionalista de derechas también le sacude al que no es nacionalista, pero también al nacionalista de izquierdas. Pero, a veces, se alía con estos últimos para atizarles a los no nacionalistas. Y otras, en cambio, se une a los no nacionalistas de derechas para zumbar a los no nacionalistas de izquierdas y también a los nacionalistas de izquierdas, por ser de izquierdas, en general.

    Bien. Así las cosas, yo me pregunto: ¿existe la más mínima posibilidad de dedicarse, además, a gobernar? Pues no muchas, me temo.

    Un tipo listo, como el señor Mas, trata de hacer algunas cosillas. Pero, claro, todo es un lío. Al pobre hombre le ha tocado ser “presi” en el peor momento, especialmente si eres nacionalista catalán. Porque sucede los siguiente. El hombre gana las elecciones regionales –o autonómicas, como se quiera- desalojando con ello al famoso e infausto –para los catalanes- “tripartito”. Estos señores, como bien han demostrado, dejaron Cataluña, en lo que pudieron, como un verdadero erial. Lo que le ha obligado al señor Mas a ponerse a gobernar, cosa que obviamente, para un nacionalista catalán tiene poca gracia. Lo bueno habría sido lo que le pasó a Pujol, que puedes darte todo el aire que quieras como “molt honorable” y liarte y desliarte con el Gobierno de la Nación, en un continuo tira y afloja victimista, pedigüeño, llorón o sacapecho, según convenga.

    Pero al señor Mas le hicieron polvo sus antecesores. Y, lo peor, sin poder echárselo en cara. Es por aquello de cuando entraron los del “tripartito” a gobernar y el bueno de Maragall se deslizó con lo del tres por ciento y tirar de la manta. Obviamente, enseguida se arrepintió y dejó la manta como estaba. Así, cuando Mas entró al Palau de la Generalitat, tampoco pudo tocar el ajuar, al menos, de puertas para afuera. O es que, quizá, ya no habían dejado ni una manta de la que tirar.

    Hay un cierto grado de desesperación en el señor Mas. Y no es de extrañar. Imagínense: ¡una Cataluña pobre! Pero, ¡cuándo se ha visto tal cosa! Y la desesperación, que me lo tiene requetecomidito por dentro, viene por dos frentes: tener que recuperar la economía, que no sé, no sé; y tener que hacerlo sin que eso afecte a su ego nacionalista. ¡Imposible, my friend!

    Si miramos con un poquitín de tiento, enseguida se ve que uno de los soportes inconfesados de los nacionalismos españoles es el orgullo desabrido o, también denominable como complejo de superioridad. Ellos, magos en el uso perverso del idioma español, lo llaman “diferencia”: “respeto a la diferencia”, “Nosotros somos diferentes”. Pero cambien sustantivos y adjetivos por la familia léxica de “superioridad” y verán cómo les resulta más sincero: “respeto a la «superioridad»”, “Nosotros somos «superiores»”,  o el manoseado “Catalonia is not Spain”, o sea, “Catalonia is not Spain because Catalonia is superior”.

    Pues ahí le duele al amigo Mas. Lo peor, lo intragable, lo intolerable. No solo es que tenga que gobernar en una situación ruinosa, algo para lo que un nacionalista, en términos generales, no está excesivamente entrenado –su vida política ha ido por otros derroteros más sencillos-. Lo peor es admitir la situación. Evidentemente, hay maneras de afrontarla sin tener que pasar por el trago de admitirlo. Veamos: “España nos desangra y se queda con nuestro dinero”. Pues es una buena fórmula. Nosotros, los catalanes, seguimos siendo tan estupendos como siempre; pero España, ese otro país que nos tiene amarrados, nos quita lo que producimos para repartirlo entre ellos, a vagos y maleantes básicamente. Es una fórmula sencilla y eficaz. Y, como esta, hay varias, todas del mismo tenor.

    Así que no hay que asustarse mucho por las bravatas de unos y otros: “Que se acabe de una vez esto de chupar de la ubre catalana” dice Puigcercós. "Cataluña tendrá hacienda propia por la vía del pacto o por propia decisión”, añade Artur Mas. O no, digo yo, que va a ser que no.

    Si un día, otro Felipe II trasladara la corte, esta vez a Barcelona, se habría acabado el nacionalismo catalán: “Catalonia is Spain again, for sure”.

Arga-ko urretxindorra