viernes, 31 de agosto de 2012

La historia de Iosu Uribetxebarria Bolinaga, el «Boli».




El "Boli"
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Estatus irónico: NADA - UN POCO - BASTANTE - MOGOLLÓN



Iosu Uribetxebarria Bolinaga, el "Boli"
El «Boli» es un señor al que metieron en la cárcel. Por cuatro naderías, el español sistema corrupto de injusticia le sacudió al muchacho, nada más y nada menos, que 313 años de reclusión. Que sí, que ya se sabe, que eso es solo para impresionar, y que en realidad, se queda en 25 o 30 años. Pero, por cuatro tonterías, eso sigue siendo una barbaridad. Ya se sabe: como es vasco, el estado español se ensaña con él.

                Al bueno del «Boli» lo detuvieron en junio de 1997. A él y a unos amigos de la cuadrilla. Y aquí se ve la crueldad del estado español para con los valientes «gudaris» vascos. El 17 de enero de 1996, el «Boli» y los «jatorras» habían acogido a un carcelero español, un tal Ortega Lara. Le mantuvieron a sus expensas, en un casoplón de lujo, a cuerpo de rey. Y eso que era un consumado carcelero y español. Tenía sus propias dependencias para su uso y disfrute exclusivo y tres miembros del personal de servicio para atenderle día y noche. No había capricho del carcelero español que no le fuese conseguido inmediatamente. Y todos los gastos, toditos, a cuenta del «Boli» y su cuadrilla de amigos.

                Bueno, pues van los «txakurras» (perros) pikoletos y lo detienen. Por supuesto, lo torturaron y maltrataron hasta que le obligaron a confesarlo todo. Por eso encontraron al carcelero español. La «txakurrada» y el «Boli» se dirigieron a la mansión en que se encontraba disfrutando de una vida de holganza y diversión el carcelero español, y el «Boli» llamó por el teléfono interno a su invitado para preguntarle si sería tan amable de salir de sus dependencias, que unos amigos habían venido a visitarle. El carcelero español se negó a salir, porque el muy listo, se coscó de que no eran unos amigos sino los «txakurras», que venían a sacarle de su idílica vida actual para devolverlo a su familia y a la vida gris y aburrida de un pobre, pero chungo, carcelero español.

El "Boli" con los amigos en un juicio
                El «Boli», fiel a su intención de proteger la libertad de su invitado, y a sabiendas de lo que a este le esperaba fuera de la hermosa mansión en la que llevaba viviendo a todo plan más de 530 días, se volvió al «txakurra» alfa (perro jefe de la manada) y le dijo, con toda educación: «El señor no les recibirá hoy. Si tienen la amabilidad de salir de la propiedad, yo me pondré en contacto con ustedes, señores “txakurras”, para indicarles cuándo el señor carcelero español desea recibirles».

                Pero los «txakurras», como siempre, fueron muy impertinentes; y se empeñaron en hacer salir del yacusi, en el que en ese momento se relajaba, al carcelero español. El pobre «Boli» nada pudo hacer para impedirlo. Solo guardó un respetuoso, fiel y educado silencio, para que sus palabras no pudieran traicionar el deseo de su invitado de no salir de sus lujosas dependencias.

                Un «txakurra» especialmente prepotente y tozudo, descubrió el resorte que movía las paredes del suntuoso hall que daban paso a las estancias privadas del invitado del «Boli» y sus amigos. El carcelero español no quería salir. Había ganado peso, su piel estaba tersa y suave como nunca antes. La barba, bien arreglada, no ocultaba una expresión de felicidad en sus ojos azules, felicidad que tocaba a su fin por el maldito empeño de los «txakurras».

Ortega Lara, tras las "vacaciones"
                El «Boli» se emocionó al ver a su invitado. Él, valientemente, había guardado fiel silencio sobre su invitado, el carcelero español, con tal de que pudiese continuar con su vida de placeres sin número. A pesar de que le había detenido el aparato represor español, de que le habían sometido a todo tipo de torturas, él no decía ni esta boca es mía. Sabía que tras su detención y la de sus amigos de la cuadrilla, el carcelero español se quedaría sin personal de servicio, y que tendría que proveerse él mismo de todos los placeres con que, ellos, tan dilectamente, le habían estado colmando. Y así, el carcelero español recobró su vida anterior, tan gris y patética. Pero como 532 días de placeres inusitados dan para mucho, ya no fue lo mismo. Pasar del jamón de bellota al pan duro de cada día es muy difícil. De manera que, por obra y gracia de la «txakurrada pikoleta», no se ha rehecho; algo ha cambiado en su naturaleza.

                El «Boli» siempre ha sido un tío de los pies a la cabeza. Por ejemplo, es todo corazón. Él no puede vivir viendo el sufrimiento del prójimo. Su alma, limpia y piadosa, no le permite tener conocimiento de una persona humana que lo está pasando mal y no hacer todo lo que sea necesario para sacarle adelante. Su madre siempre lo ha dicho: «Es que mi Iosu es así. Le pierde lo bueno que es. Todo en mi Iosu es pura sensibilidad para los demás».

Antonio López Martínez-Colmenero, asesinado por el "Boli"
                Y así es; la «amatxo» no exagera ni un ápice. Esa dedicación a los demás, ese amor al prójimo, ese espíritu de servicio le ha llevado a entregar su vida a la causa de la humanidad. El «Boli» estaba —y sigue estando, hoy en día, que no lo ha dejado— especialmente sensibilizado con la ayuda a los «txakurras». Conocía de la penas y tristezas de los miembros de este colectivo, de su sombría vida, de todas aquellas barbaridades que se ven obligados a hacer contra el santo pueblo vasco por orden del opresor estado español. Y no podía resistirlo. Así que, con su cuadrilla de amigos «jatorras», bien imbuídos también del maravilloso corazón del «Boli», buscaban pobres «txakurras» a los que rescatar de su mala vida.

                Uno de los colectivos que más ayuda necesitaba a su juicio era el de los G.A.R., los Grupos Antiterroristas Rurales de la Guardia Civil, porque se habían creado específicamente para reprimir y eliminar a gente como el «Boli» y su cuadrilla. Y además, es que eran eficaces, los muy canallas. Eran capaces de tirarse quince días en el monte, con lluvia, frío o nieve, vigilando de dos en dos, durmiendo a la intemperie y pasando horas y horas tirados sobre la yerba mojada sin dirigirse la palabra. Unos verdaderos «txakurras».

                Un día, el «Boli» y sus amigos de la cuadrilla vieron la oportunidad. Otros amigos de otra cuadrilla de la misma ONG a la que estaba apuntado el «Boli», que se conoce por sus siglas ETA, les habían comentado que una patrulla de estos GAR solía pasar por una carretera secundaria, la que va de Oñate a Legazpia. El «Boli» y su cuadrilla de amigos, que les llamaban comando «Goiherri», se pusieron manos a la obra humanitaria. Esta cuadrilla, los del «Goiherri», eran especialmente sensibles. Se entregaban a la causa de liberar a los desdichados «txakurras» de su innecesaria vida con verdadera pasión solidaria.

Pedro Galnares, asesinado por el "Boli"
                Como los jefes de los «pikolos» se empeñaban en poner trabas a la labor del «Boli» y sus amigos de la ONG, tuvieron que empeñarse a fondo. La patrulla era numerosa en efectivos, lo que llenó de alegría a sus benefactores. Podrían hacer el bien de una tacada a muchos. El mejor sistema, dadas las circunstancias, era preparar un buen artefacto que se pudiera hacer estallar a distancia. En su humildad característica, los miembros del «Goiherri» no se hacen presentes en el lugar de la acción humanitaria, porque ellos no quieren vanaglorias ni el reconocimiento público a su labor. Ellos prefieren el anonimato humilde, lo que prueba su valentía y su hombría de bien.

               El «Boli», José María Uribetxebarría Bolinaga, junto con Xabier Ugarte Villar, José Luis Erostegui Bidaguren, José Miguel Gaztelu Ochandorena y Sabino Usandizaga Galarraga, se curraron el asunto. Los jefes «txakurras» se empeñaban, como he dicho, en impedir que estos benefactores llevaran a cabo sus caridades. Por ejemplo, intentaban que los explosivos no funcionaran a distancia.

                Los chicos de la ONG se pusieron a la tarea de encontrar cuál sería la mejor manera de colocar el artefacto. Buscaron un buen lugar, lo más protegido posible de las contramedidas «txakurras», un lugar que estuviese también oculto a miradas indiscretas y que, al propio tiempo, produjera un mayor impacto. Difícil de conciliar todas estas necesidades. Por eso digo que se lo curraron. Y lo consiguieron. Encontraron un sitio magnífico. En la misma cuneta de la carretera, había un pretil medio escondido entre matorrales en el que se podía adosar un «hornillo». Además, cumplía otro requisito: se le podía hacer detonar desde casi 500 metros de distancia sin cable. Y aquel sitio se podía vigilar muy bien desde un escondrijo para apretar el botón en el momento preciso.

Se pusieron al trabajo de confección del «hornillo». Fabricaron una caja grande de acero laminado, pusieron 20 kilos de Goma 2 y 10 kilos de metralla, para asegurarse el éxito. Colocaron el aparato receptor de radio y el iniciador. Después, se desplazaron al lugar elegido, adosaron el «hornillo» al pretil y se dieron el piro.

Erostegui
José Luis Erostegui fue el afortunado encargado de darle al botón. Allá estaban, escondidos, con los ojos fijos en la parte de la carretera que, desde el escondrijo, les permitía ver la llegada del convoy, a cierta distancia todavía del lugar de la explosión. El «Boli» y los demás estaban nerviosos. Con un poco de suerte, su acción humanitaria sería de gran calado porque el convoy estaba compuesto de cuatro vehículos y de 14 «txakurras», nada menos. Hombre, en estas cosas, siempre interviene el factor suerte. El «Boli» y sus amigos del «Goiherri» sabían que el mayor o menor éxito dependía de varias cosas. Que las ondas de radio no recibieran interferencias; que los coches no guardaran demasiada distancia entre sí; que no estuvieran muy blindados. Aunque esto último, como ya conocían que los GAR utilizaban, al menos, semi-blindajes, estaba bastante asegurado porque no se habían quedado cortos ni con el explosivo ni con la metralla: 30 kilos en total.

Erostegui fue el primero en darse cuenta. Con el mando en la mano, sonrió y puso el dedo pulgar sobre el botón. En un minuto, habría llegado el momento. Pero le traicionó un poco la emoción. Se adelantó. En cuanto el primer vehículo de la «txakurrada» llegó a la altura del «hornillo» se le fue el dedo. La explosión fue impresionante. Lanzó el todo-terreno semiblindado a 10 metros de distancia. Si hubiera esperado unos segundos, se habría llevado por delante por lo menos a los dos de enmedio. El «Boli», por ejemplo, siempre se ha arrepentido mucho de esta acción porque, pudiéndose haber llevado por delante a seis u ocho «txakurras» tranquilamente, solo mataron a dos. Prueba de ello es que dejaron en estado crítico a dos más y heridos de diversa gravedad a otros diez. O sea, que los 14 «txakurras» resultaron tocados. Si Erostegui hubiese esperado unos segundos…

Ya digo, el bueno del «Boli» está arrepentidísimo de su falta de eficacia. Con lo bien que les podía haber salido, la cosa se quedó en dos muertos nada más. No creo que él, ahora, se acuerde de los detalles, pero yo sí. Uno de los redimidos para siempre era un cabo primero: Antonio Ángel López Martínez-Colmenero. Estaba casado y tenía una niña de 9 años. Pero estas son cosas que al «Boli» no le importan. El bien está por encima de todas estas tonterías. El otro muerto por su entusiasta entrega a las causas más humanas fue Pedro Galnares Barrera, que tenía 26 años y estaba esperando un niño. Detalles, a fin de cuentas.

Al «Boli», esto de hacer el bien y no mirar a quién, le venía de siempre. Que ya lo dice su «amatxo»: «Mi Iosu siempre ha tenido un corazón de oro». Y es que es así. En 1983, el muchacho ya estaba integrado en la ONG, en ETA. Por entonces pertenecía a otro grupito, el «Txantxangorri». Como se ve por el nombre, la naturaleza bucólica, lírica; la sensibilidad más honda han sido siempre las guías en las vidas de estos chicos. «Txantxangorri»… “petirrojo”. ¡Qué hermoso!

Gaztelu Ochandorena
En el petirrojo estaban algunos de sus amigos, Erostegui y Gaztelu Ochandorena. Los tres formaban el grupo filantrópico. Los tres son auténticos ángeles. Estaban una noche de invierno, allá por diciembre del 85, en el pueblo, en Mondragón. Aquella madrugada del viernes, día 6, había un coche aparcado en la estación vieja. Dentro, un guardia civil de paisano. Algunos han contado que se lo encontraron sin querer, pero yo no me lo termino de creer. Me parece que lo tenían controlado por algunos detalles. Por ejemplo, que no son horas de andar por ahí sin más, los tres que forman el comando juntos, a la una de la madrugada; a menos que estés celebrando la Constitución Española, que todo puede ser. Y que tampoco sueles llevar en el bolsillo las capuchas de hacer el bien si no sabes que lo vas a hacer. Sea como fuere, el caso es que, en teniendo al «txakurra» a la vista, se calzaron las capuchas, sacaron las pistolas y le descerrajaron siete tiros a bocajarro. Lo hicieron bien porque de los siete le alcanzaron seis. Total, que el hombre murió casi en el acto; y ellos, en su bendita humildad, como siempre, queriendo guardar el anonimato de sus humanitarias acciones, se montaron en un Renault 5 y se largaron inmediatamente. El muerto de 29 años se llamaba Mario Leal Baquero, de Avilés, y tenía una niña pequeñita, Beatriz. Pero ya digo que estos detalles no le incumben al bueno del «Boli».
Manuel Leal, asesinado por el "Boli"

Iosu Uribetxebarria Bolinaga, el «Boli», también participó en el secuestro de Julio Iglesias Zamora, por lo que las huestes represoras españolas le sacudieron otros 14 años de prisión. En definitiva, y para que quede claro, que al «Boli» los rastreros jueces españoles le han metido más de 313 años de cárcel por nada.

En la prisión, el «Boli» no es de hacer muchos amigos. Se desenvuelve en el ambiente cerrado de sus colegas de ONG, ETA. Sí que se da algún garbeo por el patio con otros presos, pero tienen que ser muy especiales porque la «amatxo» le enseñó de pequeño a seleccionar bien las compañías. Recuerdo una foto antigua publicada por el diario El Mundo en la que aparecía paseando con otros tres presos por el patio de la prisión de A Lama, en Pontevedra. Uno de ellos, no sé quién es. Los otros dos son Iñaki Recarte Ibarra, miembro de ETA, posteriormente arrepentido; y Mohamed Amine Akli, terrorista islámico detenido por pertenencia a una célula que intentó volar la Audiencia Nacional. Lo del compañero Recarte, todavía le está picando al «Boli», sobre todo teniendo en cuenta que él es uno de los «durillos» del club del «mako».

El "Boli", el primero por la izquierda, con los amigos. Foto de El Mundo
El «Boli» nunca se ha arrepentido de nada de lo suyo. Normal, cuando uno tiene la conciencia tranquila. Ahora, al pobrecillo se le ha reproducido el tumor, esta vez metastático. Ya le habían extirpado uno hace años. Pero parece que de esta se muere, o eso dicen algunos médicos —otros no—. Así que no hay derecho a que lo tengan en la cárcel. No es digno ni humano. Aunque no se tenga en cuenta sus muchos frutos que su vida ha dado, para bien de tantos. Y, si no, ahí están las manifestaciones del pueblo soberano en favor de su excarcelación. Ahí están las huelgas de hambre de sus compañeros de la ONG a la que sigue perteneciendo. Ahí está su propio testimonio de paz, de amor y de entrega a los demás. ¿Qué más pruebas se necesitan para que el estado opresor, el español, y su patulea de jueces con sus leyes extranjeras tomen la decisión digna y humana que este asunto reclama a gritos?

Por suerte para el mundo entero, así lo ha entendido el Gobierno del PP. Y así parece haberlo entendido el juez español. Recuerdo cuando el señor Ministro del Interior salió a la palestra para explicarnos algo, que por otra parte, no necesita de explicación alguna. Este señor, Fernández, puso esa cara de perro bulldog con ademanes de sargento chusquero de la Legión en tiempos de Millán Astray, y nos informó a todos, como si fuésemos tontos de artesanía, de que el Gobierno está para aplicar la ley, guste o no. Pero si ya lo sabemos, señor Ministro del Interior del Gobierno del PP. No solo lo sabemos sino que estamos deseando todos que el «Boli» salga a la calle de una vez. Que por cuatro tonterías lleva demasiados años en la cárcel. No, señor Ministro del Interior del Gobierno del PP, no se crea que están haciendo nada que no debieran haber hecho mucho antes. Iosu, etxera! ¡Iosu, a casa!

El señor Ministro, "explicándose"
Y no hace falta que se justifique acudiendo a esa figura tan espantosa como es la prevaricación. Los muertos al hoyo y el vivo al bollo. Así que, mientras esté vivo, deje que el «Boli» se dedique al bollo. Todo aquello ya pasó. Hay que perdonar. Que, puestos a perdonar, que me parece estupendo, no entiendo por qué no se le perdonó desde un principio. Porque esto del perdón, a veces sí y a veces no, es poco comprensible, señor Ministro del Interior del Gobierno del PP. O se perdona o no se perdona. Si hay que perdonar, hay que perdonar. Un juicio debería ser un acto en el que víctima y asesino se perdonasen mutuamente ­—porque algo habrá hecho la víctima también, seguro—. Es más, que no entiendo por qué las leyes no obligan a perdonar, cuando es algo completamente humano. No se puede uno vengar y, mucho menos, el estado. ¡Qué distinto sería el mundo si todos perdonásemos inmediatamente! ¡Qué sencillo sería el Código Penal con una sola ley! ¡Qué país tan progresista y maravilloso tendríamos si la única ley del Código fuese: «En el acto del juicio, el presidente de la sala informará a las partes de la obligación legal que tienen de perdonarse unas a otras, y a estas se les tomará juramento o promesa, según gusten, de que han perdonado de corazón».

Pero reconozco que las cárceles deberían seguir existiendo. Para aquellos que no perdonaran en el juicio o para aquellos que, mintiendo, después se tomaran la justicia por su mano. Seguro que las supuestas víctimas caerían en ese acto criminal. Así que tendría que haber una ley más para este tipo de casos, que mala gente, la hay. No el «Boli» y sus colegas: los otros, los despanzurrados.

Fenández en otra alocución
No entiendo su comparecencia, señor Fernández. Que todo estaba muy claro. Y que sepa usted que nadie hemos pensado que las huelgas de hambre de los compañeros del «Boli» o la campaña de manifestaciones organizada por el pueblo para pedir su liberación han sido un chantaje o medidas de presión contra usted. Para nada. Por eso mismo, entendemos perfectamente que la aplicación de la ley no podía detenerse ante estas circunstancias. Ningún gobierno pierde la dignidad ni se la hace perder a los ciudadanos por hacer caso a una campaña de este tipo. Si hubiese sido de verdad un chantaje o una medida de presión contra el estado, sí que habríamos entendido que usted hubiera ordenado a sus subalternos de Instituciones Penitenciarias suspender el proceso de concesión del tercer grado al «Boli» sine die, hasta que hubiesen dejado de presionarles y chantajearle. Pero como no ha habido nada de esto, como los presos de ETA se han puesto coincidentemente a dieta; como los grupos pro-amnistía han salido a pasear porque hacía muy buen tiempo, canturrendo alegres melodías, pues no tiene usted nada que ordenar, señor Ministro del Interior del Gobierno del PP.

Y a todos estos que hacen declaraciones en contra de su decisión, señor Fernández, a ver si les aplica un poco de mano dura. Que con eso de la libertad de expresión estamos llegando a unos límites intolerables. Ya está bien, tanta víctima y tanta tontería. Que son mala gente, que no perdonan. Que son inhumanos e indignos.

Parece que al pobre y entrañable «Boli» le va llegando la hora, como les llegó a Pedro, a Mario y a Antonio por su mano. No creo que se encuentren allá arriba, en el cielo. Pero nunca se sabe. Lo cierto es que el «Boli» no ha perdonado a nadie, ni siquiera ha perdonado a sus víctimas. Él sigue en sus trece. La dignidad del «Boli», que nunca la tuvo, no ha aparecido en sus últimas etapas de vida. Sigue siendo tan indigno, o quizá más, que cuando se dedicó a matar y a torturar a sus secuestrados. Y su humanidad es una vergüenza para la humanidad. Un pequeño asesino en serie que, por él, habría sido mucho más asesino. No encuentro ni una sola razón que me haga ver que la decisión del Gobierno del PP de conceder el tercer grado a esta víbora pestilente tenga la más mínima dignidad. No sé cuál es la base jurídica y, mucho menos, social y antropológica para que semejante alimaña no cumpla todos los años que le cayeron, justamente, por sus crímenes.

En esto soy muy ecologista: no deberíamos intervenir contra los designios de la naturaleza, porque el ecosistema se jode. Si la salud del «Boli» ha dicho basta, que no lo sé, pues que siga su curso, como a todos nos va a suceder. ¿Cuál es la diferencia de dignidad entre que un asesino irreductible se muera en un hospital de la Seguridad Social vasca o en el hospital penitenciario? Y, ¿quién es el digno aquí? ¿El «Boli» o el estado? Con permiso del mentiroso Ministro del Interior del Gobierno del PP, ni uno ni otro. Y digo que es un mentiroso porque la ley no exige su puesta en libertad (artículo 104.4 del RD 190/1996); y es un mentiroso porque no hay la más mínima dignidad en su decisión; y es un mentiroso porque no había prevaricación posible, dado que los miembros del gobierno ni son jueces ni son funcionarios públicos, a los únicos que atañe esta figura de la prevaricación. Son meras excusas por elevación, señor Fernández.

Es más, y para terminar: tengo la convicción de que, bajo cuerda, en las alcantarillas del Gobierno y del propio Partido Popular, hay cosas muy malolientes y asquerosas. Y, aunque el tema de ETA es el que me ocupa ahora, no es el único asunto pestilente en este gobierno y en este partido, que tiempo habrá de comentarlo públicamente. Por adelantar algo: el vegonzoso e insoportable comportamiento del PP valenciano.

El "Boli" en el banquillo, profundamente conmovido
          No tengo ningún problema en afirmar que estoy convencido de que los poceros de esas alcantarillas están en pleno trabajo, oscuro y terrible, con los detritus etarras. Algo se barrunta en el doble descabezamiento del PP vasco, el de Carlos Iturgáiz, primero, y el de María San Gil poco después. algo se barrunta en la destitución fulminante de Noclás Redondo Terreros, tan pronto como se acercó al PP de Mayor Oreja. Algo se barrunta en la forzada unión legislativa con el PSE-PSOE, cuyo presidente, Patxi López, no puede soportar al PP –recuerden el incidente que protagonizó cuando Rajoy acudió a la capilla ardiente del militante socialista asesinado por ETA, Isaías Carrasco— y, en el seno de cuyo partido, se ha llevado a cabo la negociación más larga y más profunda con ETA. Algo se barrunta, cuando ya en febrero de este año el Ministro del Ministerio del Interior del Gobierno del PP tuvo rectificar sus declaraciones en la prensa extranjera y desmentir, con cara de bulldog, como siempre, a la propia prensa española que hablaba de un posible acuerdo con ETA. Algo se barrunta cuando Mayor Oreja, lanza graves acusaciones contra el gobierno de su propio partido y rápidamente salen otros a reprenderle.

El caso del «Boli», que es paradigmático, es solo uno más. En palabras del Diálogo de Marcelo, en Hamlet, «Something is rotten in the state of Denmark» (“Algo está podrido en el estado de Dinamarca”). Y en el de España.

Argako urretxindorra

miércoles, 29 de agosto de 2012

Las autonomías como artefacto de ruptura social.


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Estatus irónico: NADA - UN POCO - BASTANTE - MOGOLLÓN


Una vez, había unos señores que estaban venga a hablar. Eran unos pocos señores pero hablaban mucho. Porque discutían unos con otros, luego se juntaban todos para seguir discutiendo. Después se marchaban de allí y discutían con otros señores. Al día siguiente volvían a juntarse y seguían discutiendo.  Y estuvieron así un montón de tiempo.

                Al final, se juntaron con un montón de señores como ellos en un sitio como redondo y cuesta arriba, y hablaron por turnos, esta vez. Yo creo que ese montón de señores con los que se juntaron en el sitio ese como redondo y cuesta arriba eran los mismos señores con los que hablaban antes, cuando los pocos dejaban de hablar entre ellos y cada uno se marchaba a hablar con los otros fuera.

                Total, que entre todos estos señores escribieron un librito pequeñito, con letra gorda, que se titula Constitución Española. Me he fijado que no trae los autores. Al principio pensé que podía ser por humildad; pero luego me di cuenta de que no, porque en esos casos siempre aparece el señor ese que se aprovecha, el Anónimo ese. Y luego caí en la cuenta. No están los autores porque en un librito tan pequeñajo no caben todos. Si pusieran los nombres de todos los autores ocuparían más páginas que el librito en sí, aunque los pusieran con letra pequeñaja.

                Yo no entiendo cómo tantos autores pudieron escribir un librito tan pequeñajo y tan aburrido. Para eso, habría sido mucho mejor que hubiesen hecho un concurso literario en los coles. Habrían salido historias mucho más divertidas e interesantes. Y sin tener que hablar nada ni discutir. ¡Eh, ahora caigo! A lo mejor no quisieron poner los autores en el librito porque les daba vergüenza. Pero creo que no, que no les da vergüenza, porque siempre hablan de ese librito en ese sitio como redondo y cuesta arriba y, cuando lo hacen, se hinchan como los pavos de mi abuela.

                Han debido vender muchísimos porque también oigo hablar de él a casi todo el mundo. Como es un librito tan pequeñajo, me parece que todo el mundo se lo sabe de memoria y por eso, cualquiera dice que si esto es constitucional, que si lo otro es anticonstitucional, que si lo de más allá está recogido en la constitución. Pero yo no entiendo cómo se lo ha podido leer tanta gente porque ya les he dicho que es aburridísimo.

                Una cosa que pone en el librito es que España es un estado de autonomías. Y, no sé por qué, cuando escribieron eso cambiaron no sé cuántas regiones. Unas las juntaron, otras se las inventaron. A unas las dejaron solitas y a otras les pusieron con compañeras. Menudo lío organizaron. En el libro no pusieron quiénes iban con cuáles y tampoco por qué. Así que yo no me enteré y sigo sin enterarme.

                Ahora que me acuerdo, tampoco pone en el libro por qué, de repente, España se había convertido en algo que no era. Aquellos señores que hablaban tanto eran un poco vaguetes a la hora de escribir: tanto como discutían y luego casi no escribieron nada. Total, que me he quedado sin saber, también, por qué se empeñaron en escribir que España era un estado de las autonomías.

                Con eso de las autonomías creo que, como dice mi abuela, hicieron un pan como dos tortas. Porque luego, muchos más señores se pusieron a escribir libritos como este pero solo de sus regiones. Como se habían inventado 17, tuvieron que juntarse 17 montones de señores que se pusieron a hablar y a discutir como los primeros durante mucho tiempo, y luego escribieron 17 libritos como el primero, igual de aburridos, pero encima, más largos. Son como constituciones españolas pero les llaman estatutos de autonomía de la región. Que, otra cosa que no entiendo, si ya había un libro, ¿para qué escribieron otros 17?

                Pues los 17 montones de señores que escribieron los libros se pusieron de acuerdo para juntarse en 17 sitios como redondos y cuesta arriba. Les llamaron parlamentos ­—debe ser por que se pasan el día parlando— o asambleas, que eso debe ser porque se juntan. Aunque yo he visto que pocas veces se juntan todos; muchas veces me da risa porque hay una señora hablando en el micrófono y casi nadie escuchándola.

                Como ya había en los pueblos una cosa que se llama ayuntamiento, también de juntarse y discutir, ahora hay tres montones de señores que me mandan: estos del ayuntamiento, los de la autonomía y los del gobierno. Claro, como son demasiados, ahora tienen que ponerse de acuerdo en sobre qué me va a mandar cada grupo. Pero de esto llevan 30 años hablando y no se terminan de aclarar. Y yo menos. Lo que sí sé es que yo lo pago todo: cuando se juntan, cuando discuten, cuando no van a trabajar, los sitios donde se juntan y todo lo demás. Hasta los teléfonos de estos señores.

                Pero no sé qué es peor, que vayan a trabajar o que no vayan. Puestas así las cosas, yo casi prefiero pagarles el sueldo y todo lo demás y que se queden en casa. Porque cada vez que se juntan y escriben algo, me toca pagarlo a mí, y no solo con dinero. Es que es normal. Se juntan los del ayuntamiento y se pasan el día peleándose y, entre una y otra, escribiendo normas municipales, que siempre van en mi contra. O es para decirme que tengo que pagar una nueva historia o es para decirme que ya no puedo hacer tal cosa. A la vez, en otro sitio, se sientan los de la autonomía. Entre bronca y bronca, escriben algo. Y de nuevo es para que yo pague más o para prohibirme más. Y encima se juntan los del sitio ese como redondo y cuesta arriba. Y vuelta la burra al trigo: a pagar yo y a prohibirme a mí. Menos mal que son vagos. ¿Se imaginan este plan con tíos trabajadores? Para exiliarse. Por eso, ya que están ahí puestos —¡por mí! ¡Resulta que los he elegido yo! Pero, ¿se puede ser más tonto?— prefiero que no vayan a trabajar. Mi vida sería mucho más agradable.

                Aquellos señores que escribieron el librito ese de la Constitución Española la liaron con lo de las autonomías. Porque no solo estaban desorganizando el estado. Hicieron algo mucho peor. Introdujeron una cuña en la sociedad española que, con el tiempo y como no podía ser de otra manera, la ha roto de manera muy difícilmente recuperable. El hecho de las autonomías, el hecho artificialmente creado, ha producido algo en el nivel social y, más importante aún, en el nivel individual, que no existía previamente: el sentimiento profundamente arraigado de soy navarro, soy andaluz o soy murciano por encima de cualquier otra cosa. Antes, la gente también era y se sentía de tal sitio o de tal otro. Pero el sentimiento era cualitativa y cuantitativamente distinto, muy distinto. La introducción y funcionamiento del hecho autonómico ha creado ese nuevo sentimiento, poderoso y destructivo en términos nacionales pero también sociales y personales, que la mayor parte de las nuevas generaciones lo tienen asumido en lo más profundo de su ser porque es lo que han vivido desde que nacieron. Y a esto mismo se apuntaron bastantes de las generaciones pre-librito.

                Y quiero insistir en que ya no es un hecho meramente político. Va mucho más allá. Hoy, muchos jóvenes se sienten más gallegos que otra cosa, más cántabros o más extremeños. Eso, por sí mismo, en la psicología de cualquier persona supone una diferenciación del resto; es decir, lo que antes suponía igualdad, sentido de pertenencia común, de identidad semejante: soy/somos español/es, ahora supone no somos iguales, no somos lo mismo, yo soy diferente a ti. Y por motivos muy naturales, casi todos traducimos el soy diferente a ti por soy mejor que tú. El hecho de la diferenciación impuesta provoca, en corto plazo, reacciones muy naturales y muy perniciosas. En algunas regiones españolas esto ya ha llegado a sus últimas consecuencias naturales: no quiero ser como tú; ni siquiera quiero estar contigo. Pero no nos engañemos, a esta situación final están abocadas todas las demás. Porque el proceso, si bien no inmediato, porque estamos hablando del ser de las personas, es casi irreversible.

                Estos sesudos señores que escriben libritos aburridísimos tienen un defecto que a mí me molesta particularmente: nos tratan como a niños tontos (de ahí mi primera parte de la entrada). La cuña social, que no política, que supone el infausto estado de las autonomías funciona como lo que es: una cuña que va abriendo poco a poco el tronco que terminará haciéndose astillas. Y no vengan con aquello de: «Que nadie se asuste, agoreros. Treinta años de estado autonómico y ya ven cómo no se rompe España”. Se rompe como el tronco de roble ante la cuña de madera: despacito y seguro.

Argako urretxindorra
 

martes, 28 de agosto de 2012

Chalados y malas personas: de todo, bastante.


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Estatus irónico: NADA - UN POCO - BASTANTE - MOGOLLÓN

No tengo ni idea de cuál es el porcentaje de enfermos mentales en relación con la población mundial. Pero parece que cada día crece un poco, al menos, por las cosas que se publican.

                Antes, me parece a mí, los locos eran, en general, como más simpáticos. Los que se creían Napoleón, por ejemplo. En mi vida, no he conocido a ningún loco, que yo recuerde. Así que una de dos: o no hay tanto chalado como se dice o yo he vivido en el país de las maravillas, que también puede ser.

                Lo que sí he conocido malos, es decir, cabrones, personas que se dedican a hacer daño con bastante empeño y éxito. Tengo la impresión de que la tendencia es a convertir a este tipo de jichos/as en desequilibrados mentales u otras cosas para explicar sus comportamientos y acciones, en vez de aceptar y publicar que lo que son es malos, cabrones.

                El buenismo practicante es, a mi modo de ver, una putada y forma parte de eso que se llama pensamiento políticamente correcto. Se basa en el título de aquella malísima película de Manuel Summers, To er mundo é güeno, que, en definitiva, no es más que una mentira muy gorda, piadosa o no.

                Hay malos oficiales, eso sí. Malos que se presentan siempre como malísimos sin posibilidad de redención. A estos jamás se les da la oportunidad de ser unos locos. Qué sé yo: papas, curas, monjas, algún que otro dictador, más bien los de derechas, y… poco más. Hay también buenos oficiales, no importa mucho si han hecho barbaridades. Así que, siguiendo la tradición de la Iglesia, existe una especie de santoral correcto en el que se da por supuesto que hay que creer. Y, en contra de la tradición de la Iglesia, hay un listado de condenados al fuego eterno que también se da por supuesto.

                Pero, sin duda, ha aumentado ingentemente la solución de los buenistas. Un tipo que coge un par de revólveres y se lía a tiros en una sala de cine… no es que sea malo, es que tiene un trastorno antisocial. Una tía que construye una bomba de amonal y se la pone debajo de un coche a un guardia civil… no es que sea mala, es que lucha por sus convicciones políticas. Un director de oficina bancaria que le hace firmar con la huella digital a un abuelillo las preferentes que le han ordenado de más arriba, no es que sea malo… es un profesional obediente. Un diputado del PP que se queja de que las pasa canutas para llegar a final de mes con un pobre sueldo de más de 5.000 euros, no es que sea malo… es que no ha estado acertado en sus declaraciones. Un trabajador de una fábrica que tiene más absentismo laboral que días trabajados, no es que sea malo… es que tiene salud perezosilla. Una ejecutiva de alto perfil que pone zancadillas a sus compañeros, que no tiene escrúpulos en vender a sus subordinados, o en ordenarles que cometan hechos inaceptables, no es que sea mala… es que es exitosamente ambiciosa. Y suma y sigue.

                Pocos son malos hoy en día. Para cada maldad, hay una explicación buenista y exculpatoria.  Pero, para mí, que en esto la humanidad no ha avanzado nada a lo largo de su historia. Quizá, la gran diferencia es que, ahora, la maldad se esconde socialmente, se disimula con explicaciones de todo tipo. Es como si, en general, hubiese un deseo de tapar la maldad del hombre, hacer como si no existiera. Tal vez tenga que ver con eso de que todos tenemos nuestros pecadillos y esperamos que no poniendo de manifiesto los de los demás tampoco se juzguen los nuestros. Pasa hasta en algunos círculos de la Iglesia. Es el asunto ese de las mal llamadas confesiones comunitarias, que tienen menos sentido que un lapicero de 10 kilos. Si a cualquiera le da corte ir al confesonario y decirle  a un señor, cura, los pecados sinceramente, ¿quién pretende creerse que ese mismo va a decirlos de pie, en voz alta y delante de la comunidad, mientras todos le miran y escuchan? Es una manera, como otra cualquiera de engañarse. Eso sí, que «güenos semos tós».

                Pues me he enterado de que un jicho que se llama algo así como Eran Alfonta ha puesto en funcionamiento una idea suya fantástica. Se trata, si no lo he entendido mal, en una aplicación para Feisbus –o Facebook, como se diga- que se llama «If I die». Mediante esta aplicación te apuntas a un concurso en el que el premio consiste en que, al morirte, tus últimos pensamientos escritos salen a la luz pública en no sé cuántos sitios y te haces famoso. Es posible que mi resumen no sea exacto, pero por ahí van los tiros. Dice el tío este: «Creemos que todas las personas tienen derecho a que sus últimas palabras sean conocidas, que su legado sea público y consideramos que un concurso (denominado “If I Die First”) sería lo apropiado para que esto tuviera impacto». «El usuario que fallezca antes que el resto tendrá su testimonio póstumo publicado en páginas web como Mashable, una referencia en Internet con más de 20 millones de visitantes únicos al mes, así como en revistas y medios internacionales que colaboran en la campaña», sigue contando el Alfonta este.
Eran Alfonta, un pequeño malvado

                Este israelí tiene la gracia por arrobas. Fíjense: «Si hay alguna sospecha de que se trate de un suicidio o fallecimiento deliberado, entonces no se publicará. Tenemos una política antisuicidio muy estricta». No me digan que no tiene un maravilloso sentido del humor. Y lo mejor es que se pone serio para decirlo.

                La aplicación es gratuita, quede constancia de ello. Bueno, no del todo. En realidad, lo del concurso de la aplicación If I die (“Si me muero”), —que no sé porqué dicen “If” (if = si condicional) cuando deberían decir “When” (cuando), debe ser otro chiste—, pues lo del concurso es una campaña publicitaria que lleva zumbando desde 2010. La cosa es que este mes, la empresa Willook, de la que es dueño el señor este, ha estrenado su servicio de pago, una especie de cuenta Premium, con el que dice, pretende «hacer negocio y evitar así recurrir a la publicidad en internet». El coste de mantenimiento, 25 dólares al año. Ah, ¿qué se creían?

                Verán. Ya se han apuntado más de 213.000 usuarios. No me cabe duda de que todos ellos tienen alguna explicación de carácter mental para haberlo hecho. Y tampoco tengo ninguna duda de que el señor Eran Alfonta y sus socios son unos cabronazos.

Argako urretxidorra