miércoles, 1 de julio de 2015

Albert Rivera: la tendencia natural al dictado

Es lo de siempre, más de lo mismo. Ayer me puse a ver y a escuchar a Albert Rivera en la tele y duré creo que fueron tres minutos. Decidí que, mejor, una película de cine negro.

Me resulta cansado que entre en mi casa un tipo que va de güay, de salvador de la democracia, de repartidor de bienes y males… y que resulta ser un más de lo mismo, un otro más.

Albert Rivera
Me aburre pero, sobre todo, me molesta. Porque es un populista con pinta de pijo barcelonés que no dice lo que piensa nunca, sino lo que cree que le va a dar más beneficios. Y, para que me mientan, prefiero a los de siempre, por aquello del rancio abolengo.

En el poco rato que estuve ante él, en mi casa, no le oí nada que no fuese un puñetero corta-pega de otros políticos, pasados y presentes. Unas veces parecía estar oyendo a cualquier payasete de Podemos: “Hace tiempo que la democracia española se ha degradado, se ha podrido”; “La ley mordaza es el típico calentón político de los que no entienden lo que está pasando, un intento de control de todos. Es un error para nuestra democracia.” PP y PSOE “son partidos tóxicos.” Otras, a la versión más flojita de Pedro Sánchez, “¿Va a liderar Rajoy una nueva etapa política en España? Yo creo que no. No cree en ello”. Esto último no lo vi porque ya me había agotado y lo había invitado a que saliera de mi casa. Y luego, desvaríos populistas absurdos –tampoco lo vi- como lo de la marihuana o quitar los privilegios a la Iglesia.

Creo que lo peor que tiene Albert es su solapada soberbia; se cree el más listo de todos y con derecho, por nacimiento, a ser el número uno. Como siempre, de sus modos y maneras más conspicuos no se sabe por lo que se ve sino por lo que hace. Y no hay más que ver cómo se toman las decisiones en lo interno de su partido. Con un email se cepilla, en fin de semana, la estructura de Ciudadanos en Madrid, la más numerosa del partido, y la hace 21 añicos , cargándose así la delegación territorial que le empezaba a hacer sombra. O la expulsión ipso facto, también por correo electrónico, de Francisco Calderón, crítico de Madrid que levantó la voz más de la cuenta contra la tropelía que se había hecho en su organización regional. No es que a mí me chirríe un modo de funcionar presidencialista: lo que me molesta es lo de siempre, la incoherencia, que no es otra cosa que la costumbre de mentir en público, de mentirme a mí.


Aprovechando el río revuelto de la corrupción de algunos políticos, Rivera se ha hecho a sí mismo el pescador. Y algo ya ha pescado pero mucho menos de lo que él esperaba. Dice que no quiere formar parte de “sus gobiernos”, los del PP y del PSOE. Está en su derecho, pero un partido nuevecito sin más aspiración que mantenerse en la oposición, poniendo y quitando gobiernos, me parece poco de fiar. Porque la oposición no es una vocación política sino la consecuencia de no haber obtenido los votos necesarios. Ciudadanos podía haber formado parte de alguno de los gobiernos que ha ayudado a instaurar tras las negociaciones. Si no lo ha hecho es porque no ha querido y me habría gustado saber qué hay detrás.

Me pregunto: formar parte de un gobierno del PP o del PSOE, ¿no sería una manera mucho más eficaz de controlar que no se desmanden? ¿O es que ellos no se fían de sí mismos sentados en una poltrona? Hablando de regeneración de la política, formar parte en minoría de un gobierno ¿no supone más flexibilidad, pluralidad y necesidad de cooperar en el servicio a los ciudadanos? Pero hay un cierto yu-yu interno en el partido de Albert Rivera y ni él mismo se fía de los suyos, no se atreve con aquello que él no pueda controlar directamente; su soberbia no se lo permite. ¿Hay algo más naturalmente inclinado a lo dictador –el que dicta-?

Argako urretxindorra

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