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Estatus irónico: NADA - UN POCO - BASTANTE - MOGOLLÓN
Una vez, había unos señores que
estaban venga a hablar. Eran unos pocos señores pero hablaban mucho. Porque
discutían unos con otros, luego se juntaban todos para seguir discutiendo.
Después se marchaban de allí y discutían con otros señores. Al día siguiente volvían
a juntarse y seguían discutiendo. Y
estuvieron así un montón de tiempo.
Al
final, se juntaron con un montón de señores como ellos en un sitio como redondo
y cuesta arriba, y hablaron por turnos, esta vez. Yo creo que ese montón de
señores con los que se juntaron en el sitio ese como redondo y cuesta arriba
eran los mismos señores con los que hablaban antes, cuando los pocos dejaban de
hablar entre ellos y cada uno se marchaba a hablar con los otros fuera.
Total,
que entre todos estos señores escribieron un librito pequeñito, con letra
gorda, que se titula Constitución Española. Me he fijado que no trae los
autores. Al principio pensé que podía ser por humildad; pero luego me di cuenta
de que no, porque en esos casos siempre aparece el señor ese que se aprovecha,
el Anónimo ese. Y luego caí en la cuenta. No están los autores porque en un
librito tan pequeñajo no caben todos. Si pusieran los nombres de todos los
autores ocuparían más páginas que el librito en sí, aunque los pusieran con
letra pequeñaja.
Yo
no entiendo cómo tantos autores pudieron escribir un librito tan pequeñajo y
tan aburrido. Para eso, habría sido mucho mejor que hubiesen hecho un concurso
literario en los coles. Habrían salido historias mucho más divertidas e
interesantes. Y sin tener que hablar nada ni discutir. ¡Eh, ahora caigo! A lo
mejor no quisieron poner los autores en el librito porque les daba vergüenza.
Pero creo que no, que no les da vergüenza, porque siempre hablan de ese librito
en ese sitio como redondo y cuesta arriba y, cuando lo hacen, se hinchan como
los pavos de mi abuela.
Han
debido vender muchísimos porque también oigo hablar de él a casi todo el mundo.
Como es un librito tan pequeñajo, me parece que todo el mundo se lo sabe de
memoria y por eso, cualquiera dice que si esto es constitucional, que si lo
otro es anticonstitucional, que si lo de más allá está recogido en la
constitución. Pero yo no entiendo cómo se lo ha podido leer tanta gente porque
ya les he dicho que es aburridísimo.
Una
cosa que pone en el librito es que España es un estado de autonomías. Y, no sé
por qué, cuando escribieron eso cambiaron no sé cuántas regiones. Unas las
juntaron, otras se las inventaron. A unas las dejaron solitas y a otras les
pusieron con compañeras. Menudo lío organizaron. En el libro no pusieron
quiénes iban con cuáles y tampoco por qué. Así que yo no me enteré y sigo sin
enterarme.
Ahora
que me acuerdo, tampoco pone en el libro por qué, de repente, España se había
convertido en algo que no era. Aquellos señores que hablaban tanto eran un poco
vaguetes a la hora de escribir: tanto como discutían y luego casi no
escribieron nada. Total, que me he quedado sin saber, también, por qué se
empeñaron en escribir que España era un estado de las autonomías.
Con
eso de las autonomías creo que, como dice mi abuela, hicieron un pan como dos
tortas. Porque luego, muchos más señores se pusieron a escribir libritos como
este pero solo de sus regiones. Como se habían inventado 17, tuvieron que
juntarse 17 montones de señores que se pusieron a hablar y a discutir como los
primeros durante mucho tiempo, y luego escribieron 17 libritos como el primero,
igual de aburridos, pero encima, más largos. Son como constituciones españolas
pero les llaman estatutos de autonomía de la región. Que, otra cosa que no
entiendo, si ya había un libro, ¿para qué escribieron otros 17?
Pues
los 17 montones de señores que escribieron los libros se pusieron de acuerdo
para juntarse en 17 sitios como redondos y cuesta arriba. Les llamaron parlamentos —debe ser por que se
pasan el día parlando— o asambleas,
que eso debe ser porque se juntan. Aunque yo he visto que pocas veces se juntan
todos; muchas veces me da risa porque hay una señora hablando en el micrófono y
casi nadie escuchándola.
Como
ya había en los pueblos una cosa que se llama ayuntamiento, también de juntarse
y discutir, ahora hay tres montones de señores que me mandan: estos del
ayuntamiento, los de la autonomía y los del gobierno. Claro, como son
demasiados, ahora tienen que ponerse de acuerdo en sobre qué me va a mandar
cada grupo. Pero de esto llevan 30 años hablando y no se terminan de aclarar. Y
yo menos. Lo que sí sé es que yo lo pago todo: cuando se juntan, cuando
discuten, cuando no van a trabajar, los sitios donde se juntan y todo lo demás.
Hasta los teléfonos de estos señores.
Pero
no sé qué es peor, que vayan a trabajar o que no vayan. Puestas así las cosas,
yo casi prefiero pagarles el sueldo y todo lo demás y que se queden en casa. Porque
cada vez que se juntan y escriben algo, me toca pagarlo a mí, y no solo con
dinero. Es que es normal. Se juntan los del ayuntamiento y se pasan el día
peleándose y, entre una y otra, escribiendo normas municipales, que siempre van
en mi contra. O es para decirme que tengo que pagar una nueva historia o es
para decirme que ya no puedo hacer tal cosa. A la vez, en otro sitio, se
sientan los de la autonomía. Entre bronca y bronca, escriben algo. Y de nuevo
es para que yo pague más o para prohibirme más. Y encima se juntan los del
sitio ese como redondo y cuesta arriba. Y vuelta la burra al trigo: a pagar yo
y a prohibirme a mí. Menos mal que son vagos. ¿Se imaginan este plan con tíos
trabajadores? Para exiliarse. Por eso, ya que están ahí puestos —¡por mí! ¡Resulta
que los he elegido yo! Pero, ¿se puede ser más tonto?— prefiero que no vayan a
trabajar. Mi vida sería mucho más agradable.
Aquellos
señores que escribieron el librito ese de la Constitución Española la liaron
con lo de las autonomías. Porque no solo estaban desorganizando el estado.
Hicieron algo mucho peor. Introdujeron una cuña en la sociedad española que,
con el tiempo y como no podía ser de otra manera, la ha roto de manera muy
difícilmente recuperable. El hecho de las autonomías, el hecho artificialmente
creado, ha producido algo en el nivel social y, más importante aún, en el nivel
individual, que no existía previamente: el sentimiento profundamente arraigado
de soy navarro, soy andaluz o soy murciano por encima de cualquier otra cosa.
Antes, la gente también era y se sentía de tal sitio o de tal otro. Pero el
sentimiento era cualitativa y cuantitativamente distinto, muy distinto. La
introducción y funcionamiento del hecho autonómico ha creado ese nuevo
sentimiento, poderoso y destructivo en términos nacionales pero también
sociales y personales, que la mayor parte de las nuevas generaciones lo tienen
asumido en lo más profundo de su ser porque es lo que han vivido desde que
nacieron. Y a esto mismo se apuntaron bastantes de las generaciones
pre-librito.
Y
quiero insistir en que ya no es un hecho meramente político. Va mucho más allá.
Hoy, muchos jóvenes se sienten más gallegos que otra cosa, más cántabros o más
extremeños. Eso, por sí mismo, en la psicología de cualquier persona supone una
diferenciación del resto; es decir, lo que antes suponía igualdad, sentido de
pertenencia común, de identidad semejante: soy/somos español/es, ahora supone
no somos iguales, no somos lo mismo, yo soy diferente a ti. Y por motivos muy
naturales, casi todos traducimos el soy
diferente a ti por soy mejor que tú.
El hecho de la diferenciación impuesta provoca, en corto plazo, reacciones muy
naturales y muy perniciosas. En algunas regiones españolas esto ya ha llegado a
sus últimas consecuencias naturales: no quiero ser como tú; ni siquiera quiero
estar contigo. Pero no nos engañemos, a esta situación final están abocadas
todas las demás. Porque el proceso, si bien no inmediato, porque estamos
hablando del ser de las personas, es casi irreversible.
Estos
sesudos señores que escriben libritos aburridísimos tienen un defecto que a mí
me molesta particularmente: nos tratan como a niños tontos (de ahí mi primera
parte de la entrada). La cuña social, que no política, que supone el infausto
estado de las autonomías funciona como lo que es: una cuña que va abriendo poco
a poco el tronco que terminará haciéndose astillas. Y no vengan con aquello de:
«Que nadie se asuste, agoreros. Treinta
años de estado autonómico y ya ven cómo no se rompe España”. Se rompe como
el tronco de roble ante la cuña de madera: despacito y seguro.
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