miércoles, 29 de agosto de 2012

Las autonomías como artefacto de ruptura social.


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Estatus irónico: NADA - UN POCO - BASTANTE - MOGOLLÓN


Una vez, había unos señores que estaban venga a hablar. Eran unos pocos señores pero hablaban mucho. Porque discutían unos con otros, luego se juntaban todos para seguir discutiendo. Después se marchaban de allí y discutían con otros señores. Al día siguiente volvían a juntarse y seguían discutiendo.  Y estuvieron así un montón de tiempo.

                Al final, se juntaron con un montón de señores como ellos en un sitio como redondo y cuesta arriba, y hablaron por turnos, esta vez. Yo creo que ese montón de señores con los que se juntaron en el sitio ese como redondo y cuesta arriba eran los mismos señores con los que hablaban antes, cuando los pocos dejaban de hablar entre ellos y cada uno se marchaba a hablar con los otros fuera.

                Total, que entre todos estos señores escribieron un librito pequeñito, con letra gorda, que se titula Constitución Española. Me he fijado que no trae los autores. Al principio pensé que podía ser por humildad; pero luego me di cuenta de que no, porque en esos casos siempre aparece el señor ese que se aprovecha, el Anónimo ese. Y luego caí en la cuenta. No están los autores porque en un librito tan pequeñajo no caben todos. Si pusieran los nombres de todos los autores ocuparían más páginas que el librito en sí, aunque los pusieran con letra pequeñaja.

                Yo no entiendo cómo tantos autores pudieron escribir un librito tan pequeñajo y tan aburrido. Para eso, habría sido mucho mejor que hubiesen hecho un concurso literario en los coles. Habrían salido historias mucho más divertidas e interesantes. Y sin tener que hablar nada ni discutir. ¡Eh, ahora caigo! A lo mejor no quisieron poner los autores en el librito porque les daba vergüenza. Pero creo que no, que no les da vergüenza, porque siempre hablan de ese librito en ese sitio como redondo y cuesta arriba y, cuando lo hacen, se hinchan como los pavos de mi abuela.

                Han debido vender muchísimos porque también oigo hablar de él a casi todo el mundo. Como es un librito tan pequeñajo, me parece que todo el mundo se lo sabe de memoria y por eso, cualquiera dice que si esto es constitucional, que si lo otro es anticonstitucional, que si lo de más allá está recogido en la constitución. Pero yo no entiendo cómo se lo ha podido leer tanta gente porque ya les he dicho que es aburridísimo.

                Una cosa que pone en el librito es que España es un estado de autonomías. Y, no sé por qué, cuando escribieron eso cambiaron no sé cuántas regiones. Unas las juntaron, otras se las inventaron. A unas las dejaron solitas y a otras les pusieron con compañeras. Menudo lío organizaron. En el libro no pusieron quiénes iban con cuáles y tampoco por qué. Así que yo no me enteré y sigo sin enterarme.

                Ahora que me acuerdo, tampoco pone en el libro por qué, de repente, España se había convertido en algo que no era. Aquellos señores que hablaban tanto eran un poco vaguetes a la hora de escribir: tanto como discutían y luego casi no escribieron nada. Total, que me he quedado sin saber, también, por qué se empeñaron en escribir que España era un estado de las autonomías.

                Con eso de las autonomías creo que, como dice mi abuela, hicieron un pan como dos tortas. Porque luego, muchos más señores se pusieron a escribir libritos como este pero solo de sus regiones. Como se habían inventado 17, tuvieron que juntarse 17 montones de señores que se pusieron a hablar y a discutir como los primeros durante mucho tiempo, y luego escribieron 17 libritos como el primero, igual de aburridos, pero encima, más largos. Son como constituciones españolas pero les llaman estatutos de autonomía de la región. Que, otra cosa que no entiendo, si ya había un libro, ¿para qué escribieron otros 17?

                Pues los 17 montones de señores que escribieron los libros se pusieron de acuerdo para juntarse en 17 sitios como redondos y cuesta arriba. Les llamaron parlamentos ­—debe ser por que se pasan el día parlando— o asambleas, que eso debe ser porque se juntan. Aunque yo he visto que pocas veces se juntan todos; muchas veces me da risa porque hay una señora hablando en el micrófono y casi nadie escuchándola.

                Como ya había en los pueblos una cosa que se llama ayuntamiento, también de juntarse y discutir, ahora hay tres montones de señores que me mandan: estos del ayuntamiento, los de la autonomía y los del gobierno. Claro, como son demasiados, ahora tienen que ponerse de acuerdo en sobre qué me va a mandar cada grupo. Pero de esto llevan 30 años hablando y no se terminan de aclarar. Y yo menos. Lo que sí sé es que yo lo pago todo: cuando se juntan, cuando discuten, cuando no van a trabajar, los sitios donde se juntan y todo lo demás. Hasta los teléfonos de estos señores.

                Pero no sé qué es peor, que vayan a trabajar o que no vayan. Puestas así las cosas, yo casi prefiero pagarles el sueldo y todo lo demás y que se queden en casa. Porque cada vez que se juntan y escriben algo, me toca pagarlo a mí, y no solo con dinero. Es que es normal. Se juntan los del ayuntamiento y se pasan el día peleándose y, entre una y otra, escribiendo normas municipales, que siempre van en mi contra. O es para decirme que tengo que pagar una nueva historia o es para decirme que ya no puedo hacer tal cosa. A la vez, en otro sitio, se sientan los de la autonomía. Entre bronca y bronca, escriben algo. Y de nuevo es para que yo pague más o para prohibirme más. Y encima se juntan los del sitio ese como redondo y cuesta arriba. Y vuelta la burra al trigo: a pagar yo y a prohibirme a mí. Menos mal que son vagos. ¿Se imaginan este plan con tíos trabajadores? Para exiliarse. Por eso, ya que están ahí puestos —¡por mí! ¡Resulta que los he elegido yo! Pero, ¿se puede ser más tonto?— prefiero que no vayan a trabajar. Mi vida sería mucho más agradable.

                Aquellos señores que escribieron el librito ese de la Constitución Española la liaron con lo de las autonomías. Porque no solo estaban desorganizando el estado. Hicieron algo mucho peor. Introdujeron una cuña en la sociedad española que, con el tiempo y como no podía ser de otra manera, la ha roto de manera muy difícilmente recuperable. El hecho de las autonomías, el hecho artificialmente creado, ha producido algo en el nivel social y, más importante aún, en el nivel individual, que no existía previamente: el sentimiento profundamente arraigado de soy navarro, soy andaluz o soy murciano por encima de cualquier otra cosa. Antes, la gente también era y se sentía de tal sitio o de tal otro. Pero el sentimiento era cualitativa y cuantitativamente distinto, muy distinto. La introducción y funcionamiento del hecho autonómico ha creado ese nuevo sentimiento, poderoso y destructivo en términos nacionales pero también sociales y personales, que la mayor parte de las nuevas generaciones lo tienen asumido en lo más profundo de su ser porque es lo que han vivido desde que nacieron. Y a esto mismo se apuntaron bastantes de las generaciones pre-librito.

                Y quiero insistir en que ya no es un hecho meramente político. Va mucho más allá. Hoy, muchos jóvenes se sienten más gallegos que otra cosa, más cántabros o más extremeños. Eso, por sí mismo, en la psicología de cualquier persona supone una diferenciación del resto; es decir, lo que antes suponía igualdad, sentido de pertenencia común, de identidad semejante: soy/somos español/es, ahora supone no somos iguales, no somos lo mismo, yo soy diferente a ti. Y por motivos muy naturales, casi todos traducimos el soy diferente a ti por soy mejor que tú. El hecho de la diferenciación impuesta provoca, en corto plazo, reacciones muy naturales y muy perniciosas. En algunas regiones españolas esto ya ha llegado a sus últimas consecuencias naturales: no quiero ser como tú; ni siquiera quiero estar contigo. Pero no nos engañemos, a esta situación final están abocadas todas las demás. Porque el proceso, si bien no inmediato, porque estamos hablando del ser de las personas, es casi irreversible.

                Estos sesudos señores que escriben libritos aburridísimos tienen un defecto que a mí me molesta particularmente: nos tratan como a niños tontos (de ahí mi primera parte de la entrada). La cuña social, que no política, que supone el infausto estado de las autonomías funciona como lo que es: una cuña que va abriendo poco a poco el tronco que terminará haciéndose astillas. Y no vengan con aquello de: «Que nadie se asuste, agoreros. Treinta años de estado autonómico y ya ven cómo no se rompe España”. Se rompe como el tronco de roble ante la cuña de madera: despacito y seguro.

Argako urretxindorra
 

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