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Las razones
que me han llevado a escribir esta historieta sobre Marinaleda son varias. La
primera, probablemente, mi carácter escéptico. Ya saben; aquello de no todo es verdad, ni todo lo que se dice es
verdad. Ni todo el que dice es veraz. En segundo lugar, Marinaleda ha sido
una población que, de tanto en tanto, me ha llamado la atención con hechos
concretos y, de algún modo, tenía para mí un cierto olor a leyenda mitificada,
un poco misteriosa.
También
creo que ha empujado mi afición por los bandoleros del siglo XIX y principios
del XX, tan arraigados en su vida y correrías, precisamente, por estos lares
estepeños. Una razón más ha sido, sin duda, la canción de mis paisanos de Barricada,
Campo amargo, dedicada a Marinaleda.
Pero
ha habido más razones. Naturalmente, su alcalde, José Manuel Sánchez Gordillo,
y sus «ekintzas», que dirían mis
no-amigos los abertzales. Pero no me
apetecía escribir sobre él. De eso ya se encargan otros con profusión,
concediéndole una importancia que, en mi opinión, nunca se ha ganado. España
sigue siendo un patio de vecinos. Y el chismorreo forma parte del ser español, no importa el nivel social
ni intelectual. Tantas veces el cotilleo se convierte en lo principal, que lo
principal pasa desapercibido.
Me
interesa Marinaleda como población, como pequeña sociedad. Obviamente, la nueva
salida a la palestra de los medios de comunicación de su alcalde y de sus
correligionarios, ha sido el disparador para escribir mi historieta sobre el
pueblo. En realidad, la espoleta ha sido la cantidad de veces que se ha hablado
de paraísos, de oasis, de utopías y de
éxitos. Y mi tendencia a no creerme casi nada, ha hecho lo demás.
Mi
primera conclusión, aunque no es nueva en mi caso, es que paraíso y comunista son
términos antitéticos. Si entendemos por paraíso un lugar maravilloso, donde la
paz y la concordia reina entre sus habitantes, donde nadie pisa a nadie, donde
no hay mandones y obedecedores, donde no existe el chantaje ni la fuerza, es
imposible unirlo a comunista. Y no es un asunto de prejuicio. Al revés, podría
hablar de post juicio. Es pura
experiencia. Porque, desgraciadamente, desde que a principios del siglo XX se
empezaron a imponer los primeros paraísos comunistas nacionales, no ha habido
un solo caso paradisíaco para las gentes que han vivido en ellos.
El
terrorismo, como forma de imponerse mediante el terror, ha formado parte de la
humanidad desde que el hombre es hombre. Pero es profundamente falso que el
gobierno del terror haya sido siempre de arriba hacia abajo. Lo cierto es que
se ha utilizado el terror para alcanzar el poder y, después, para mantenerlo.
No hay casta social que, a lo largo
de la historia, se haya librado de ello. Pero una de las grandes diferencias
está en que, hasta Karl Marx, la violencia estaba considerada como un medio
perverso. Y es a partir de él, y sobre todo de sus continuadores, cuando se da
carta de naturaleza a la violencia, al terror, como medio necesario y legítimo para
obtener el poder y, como decía, para detentarlo. Y esta es una de las causas,
institucionalizadas, para tener claro que comunismo y paz, comunismo y paraíso,
es una antítesis.
Después
de años de historia de la humanidad en la que el comunismo, en sus diferentes
manifestaciones, ha tenido la oportunidad de ejercer su praxis, de tener poder,
las conclusiones no pueden ser más evidentes; ni más terribles. Nunca, ningún
país ni ningún territorio en el que se ha impuesto el comunismo ha sido con
bien para los pueblos, para las sociedades ni para los individuos. Desde la
propia Comuna de París, en su corta vigencia,
el desastre humano bajo el peso del comunismo ha sido un hecho, uno tras otro.
Son
muchos los factores. Uno de ellos es la falta de respeto al ser humano. El
constructo las libertades de los pueblos
es la muerte de la libertad del hombre. Y, básicamente, la esencia del
comunismo es procurar la muerte del
hombre mediante este engaño. La libertad es individual; por eso, cuando se
instaura el concepto de libertades de
la sociedad, de libertades del
pueblo, la verdadera libertad, que es la de la persona, pasa a un segundo
plano. La colectividad está por encima del hombre; los derechos de la
colectividad están por encima de los derechos del hombre. Y, más pronto que
tarde, la colectividad entra en colisión con el individuo. En consecuencia,
este es quien ha de retirarse, quien ha de esconderse, quien ha de desaparecer.
Y para eso está el estado: para despersonalizar al individuo, para convertirlo
en parte de la masa, de lo colectivo, del rebaño.
El
concepto de igualdad es una de las herramientas principales que se utiliza para
conseguir esta colectivización de la masa, para hacer desparecer en el montón a
cada persona. En definitiva, como ya puso de manifiesto Orwell, todos somos iguales, pero unos más que otros.
Bajo la ilusión de la igualdad se construye, no ya solo la desigualdad, sino
las castas sociales, la capa de los poderosos sobre los demás, la superestructura.
Bebiendo
de las fuentes de los pensadores europeos del siglo XVII y, sobre todo, del
XVIII, la figura del hombre como un desvalido que necesita ayuda porque vive,
además de bajo el yugo de los poderosos, pisoteado por su propio desvalimiento,
el comunismo se convierte en el pastor del rebaño, repitiendo en la práctica
aquello tan absolutista de todo para el
pueblo, pero sin el pueblo. Creo que el comunismo, una vez establecido, va
mucho más allá con esta idea que las propias monarquías absolutistas. Piénsese
en lugares como la URSS, China, Camboya, Cuba, Mozambique o Corea del Norte,
por poner algunos nombres. El discurso oficial es siempre el mismo: todo para
el pueblo; el pueblo es lo primero; todo se hace en su nombre y para su bien.
Pero piénsese en el capacidad de decisión de esos pueblos; piénsese en cuánto
participan de la política, de la vida social, de la conducción de su propio
destino o, siquiera, de su día a día. El concepto de igualdad comunista,
consistente en la despersonalización del hombre a favor del rebaño, la idea del hombre como
ser incapaz de gobernarse a sí mismo y necesitado de que «los mejores» lo hagan por su
bien, y la validez moral de la violencia como medio insustituible para
alcanzar el poder y detentarlo, llevan a una sociedad completamente muerta,
zombie, esclavizada.
Uno
de los objetivos de manipulación comunista, como medio para conseguir la meta
de la dictadura del proletariado, es la despersonalización de cada persona, como he dicho. En
este sentido, borrar toda traza de creencia es fundamental. Y no solo de
creencias religiosas, sino morales y de convicciones personales políticas,
sociales, artísticas, intelectuales…, humanas en definitiva. La idea de que la
religión es el opio del pueblo no es otra cosa que la cortina de humo para la
imposición de una nueva religión: el ateísmo. No cabe duda de que, en uso de la
libertad de cada hombre, el ateísmo es una opción, como lo es el teísmo. La
cuestión está en que todo deja de ser una opción cuando alguna de ellas es
impuesta. Y esto es lo que sucede con el comunismo. La supuesta
aconfesionalidad del estado, pasa a ser, rápidamente, el necesario laicismo de
la sociedad, donde, al principio, religión, moral y convicciones personales
solo son propias del ámbito privado, nunca del público. Después, sencillamente deja de existir lo privado. Es cierto que, por
mucho que se intente, la libertad interior sigue existiendo, al menos, en
cierto grado, aunque la presión exterior para que también desaparezca sea
insoportable. Pero no es menos cierto que, expuesto a tal presión, el interior
de cualquier hombre cambia y se debilita. En realidad, como decía, se trata de
imponer a todo el mundo una nueva religión de estado, el ateísmo, con un
catecismo concreto, una moral concreta y un pensamiento único. Y esa imposición
se lleva a cabo de mil maneras: en estas sociedades comunistas, se procura por
todos los medios que piensen pocos. Se trata de subyugar el pensamiento
personal para sustituirlo por el pensamiento de los dirigentes en forma de
pensamiento de eslogan o de pensamiento alquilado. Unos pocos piensan y el
resto se adhieren a sus enseñanzas.
Es
en este ámbito donde la labor dialéctica de la propaganda adquiere su verdadera
importancia. Es en este ámbito donde la estética impuesta hace su papel más
elocuente. Es en este ámbito donde la inmersión social tiene su efecto. El
dominio de los medios de comunicación, la repetición ad nauseam de los pensamientos empaquetados en eslóganes, la fabricación
de una Kultura Popular y la manipulación de la educación son actuaciones
prioritarias entre la élite comunista que aspira al poder o a mantenerlo.
Al
margen de las caídas históricas de los estados comunistas en Europa, lo cierto
es que la batalla de la propaganda hace muchos años que la ganaron. Y persiste
sólidamente. El “pensamiento”
europeo, en términos generales, sigue estando lleno de progresía, de idealismos interesados, de épica socialista y de
conceptos inamovidos desde hace más de 150 años. Y siguen estando en vigor. Esa
dialéctica en la que el mero hecho de decir una palabra o una frase, todo lo
más, es suficiente para establecer la línea de separación entre lo bueno y lo malo,
entre quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La propaganda se encargó
hace mucho tiempo de asignar conceptos «buenos»
y conceptos «malos» a las personas, a
las instituciones y a los grupos sociales sin más razón que la aplicación de la
propia palabra. Todo ello simplifica brutalmente el discurso y, en el fondo, el
pensamiento. La atribución de la bondad o de la maldad solo necesita del uso correcto de la palabra, uso aprendido
por repetición, por alquilar el pensamiento único, por aplicar lo políticamente
correcto recogido en el catecismo progresista.
Estas
son algunas de las razones que me llevaron a fijarme en Marinaleda. Quería saber
cuánto había de paraíso en ella. Quería conocer la realidad no manipulada, en
lo que cabe, de este caso que, quizá fue un experimento social en su inicio,
pero que ahora es un hecho palpable. Y debo decir que no me ha decepcionado como praxis.
Ciertamente, como he tratado de describir honestamente en las entradas
anteriores, Marinaleda responde concienzudamente a lo que cabe esperar del
comunismo instalado. No me cabe ninguna duda de que un país democráticamente
debilitado, como el nuestro, es el mejor nidito para poner en práctica estos sancta sanctorum. Entre otras razones,
porque el pensamiento imbuido de propaganda de las élites escribientes sigue
siendo un maravilloso pararrayos. Es perfectamente posible, en estas
circunstancias, mantener quasi en
secreto los intestinos de este pueblo, la vida real de sus habitantes. Siempre
habrá muchos que se encarguen de hacer el trabajo sucio, tanto dentro como
desde fuera, para mantener la falsa idea de que esto funciona, de que Marinaleda, con su alcalde y sus acólitos a
la cabeza, son un milagro maravilloso en medio de la nada, un paraíso comunista
en medio del capitalismo, una
respuesta moral a un mundo inmoral.
Lo
cierto es que Marinaleda vive como vive gracias a ese maldito sistema
capitalista. Lo cierto y verdad es que está dominado por una casta política. Lo
cierto y verdad es que el pan y el circo no están vigentes en ningún sitio como
aquí. Lo cierto y verdad es que el parasitismo, vía subvenciones, es la esencia
económica del pueblo. Lo cierto y verdad es que se procura que no haya otros
medios de producción que no sea el agrario, porque este es el que permite a la
casta dirigente mantener el poder sobre el pueblo. Lo cierto y verdad es que la
presión social contra las minorías resulta insufrible. Lo cierto y verdad es
que, a pesar del gobierno asambleario, la democracia real no existe en el
pueblo. Lo cierto y verdad es que allá nada se hace sin la aquiescencia de la
casta dirigente. Lo cierto y verdad es que no hay policía municipal pero sí hay
droga, vandalismo y violencia. Lo cierto y verdad es que el sistema procura que
la formación intelectual no llegue al pueblo y que el fracaso escolar siga
mayoritariamente presente después de 30 años de gobierno. Lo cierto y verdad es que las
instituciones públicas están copadas por la casta dirigente, de modo y manera
que lo público es propiedad privada de ellos. Lo cierto y verdad es que la ley
no es igual para todos. Lo cierto y verdad es que el imperio de la ley no se da
en Marinaleda. Lo cierto y verdad es que la ley la determina la casta
dirigente. Lo cierto y verdad es que los usos y costumbres los decide la casta
dirigente. Lo cierto y verdad es que el trabajo de sus habitantes está en manos
de la casta dirigente. Lo cierto y verdad es que existe un sistema de recogida
de puntos para poder trabajar, y que estos se obtienen cada vez que se siguen, obedientemente, las
consignas de la casta dirigente. Lo cierto y verdad es que la lucha jornalera no es más que una manera de seguir detentando el poder.
Lo cierto y verdad es que Marinaleda es el paraíso comunista por excelencia.
Argako urretxindorra
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