"Había una vez un circo que alegraba siempre el corazóoooon"
Qué grande, Fofó. Después de tantos años, cuando estoy contento me suele venir su canción a la mente. Precisamente, estoy tarareándola ahora mismo mientras leo las noticias sobre Cataluña. Esto sí que es un circo, pero no como el de Fofó, alegre y divertido, sino como esos de carpa caída, sucios y terminales, donde lo más chispeante son las pocas lentejuelas que quedan, mal prendidas, del traje roído del jefe de pista.
Y es que Arturo, en medio de la pista, con el micro que se acopla insoportablemente, no ha visto su sueño cumplido. ¡Ay, Arturito, quién te ha visto y quién te ve! ¡Vaya ruina! Un hombre que hace tiempo dejó todo por llevar a cabo su objetivo, que dejó hasta de gobernar. Un hombre que fue cambiando su objetivo conforme se enfrentaba a la realidad, como Groucho Marx con sus principios. Un hombre señalado con el dedo todo poderoso de su padre putativo, don Jorge Pujol, para llevar a la meta no se sabe bien qué. Y aquí estamos, yo con la cancioncilla de Fofó y él, con la sonrisa de plástico, saboreando la amargura del desastre.
Aquel día radiante en el que don Jorge le dijo solemnemente: Tú eres mi delfín y sobre ti edificaré mi cortijo catalán, dio pie a días duros, pérfidos sin cuento. Porque desde aquel día festivo, todos han sido aciagos, nefastos, para él, para su familia y, aun más triste, para Cataluña.
El pobre Arturo perdió, en primer lugar, su propia libertad, la personal. No se la quitaron, la perdió él. Y lo hizo por soberbia infinita, que es la madre de toda estupidez. Y siguió perdiéndola, una y otra vez, con cada decisión que tomó. Él decidió adelantar las elecciones y ofrecer en bandeja de plata la cabeza de su propio partido a Oriol Junqueras. Él decidió seguir adelante con un proyecto que no era tal, por imposible. Él fue quien tomó la decisión de no gobernar y no dejar gobernar, convirtiendo su región en el esqueleto de lo que había sido. Él y solo él hizo posible la ruptura de una coalición que había estado en la cúspide del poder en Cataluña. Solo Arturo decidió continuar en una desencajada huída hacia adelante, a sabiendas de que con ello arrastraba a tantos hacia un precipicio de consecuencias tan conocidas como desastrosas.
Todo lo fió, finalmente, a una fecha, la de hoy. De lo que los sueños habían construido solo quedan los restos más tristes y ridículos. Hoy era el gran día. Hoy es, simplemente, la escenificación de la vergüenza, de la debacle y de la ceniza.
Aquella Cataluña que fue grande, libre, próspera, puntera, meta de muchos, abierta, europeísta, un punto orgullosa y un tanto engreída, es hoy la que muestra sus menos pudendas miserias en un escenario abierto al mundo, para mayor ridículo si es que es posible.
Aquella festiva fecha para unos, temida por otros, curiosa para la mayoría, ya ha llegado. El fausto día, que sería el inicio de la quimera, es, en realidad, la representación circense más chusca y triste. Millones irán a votar, pero nunca sabremos cuántos. Habrá un resultado, pero nunca servirá porque no será fiable. No habrá censo porque se creará sobre la marcha un listado que desaparecerá el mismo día. Contarán las papeletas voluntarios fanáticos que no necesitan contarlas, sin nadie que quiera y pueda certificarlas. Votarán inmigrantes desconocidos, niños de dieciséis años, catalanes que se encuentren en el extranjero, pero no podrán votar los catalanes que vivan en otras regiones españolas.
Y, al día siguiente, mañana, será un nuevo día pero un día más, un día sin más. ¿Qué quedará entonces? Ya habrán ejercido su inexistente "derecho a decidir"; ya tendremos unos inexistentes resultados, que todos conocíamos mucho antes. Ya veremos y oiremos celebraciones que nada tienen para celebrar. La quimera seguirá, sarta de mentiras y falsedades, porque los resultados solo servirán para echárselos a la cara, para medir el índice antidemocrático que tienen, para mostrar, una vez más, que los fanáticos no reparan en los medios, que todo les vale. Y continuarán con sus lamentos y sus lloros ficticios, culpando a España de no haberles dejado ejercer sus derechos como pueblo, de haber tenido que hacer este paripé obligados, haciendo, de su enemigo inventado, culpable de lo que solo ellos crean y ellos destruyen.
A pesar de la sonrisa de plástico y de las declaraciones grandilocuentes y triunfalistas, hoy no es el día soñado por Arturo. Hoy es un día duro, de realismo tremendo, en el que ve su penúltimo fracaso cobrar vida, como espectro de sus sueños. Y lo peor para él y para su familia es que esto no ha hecho más que empezar. Su futuro personal es negro como cueva de brujas. Seguirá habiendo días más duros, más terribles, más patéticos, para él y para su familia, en los que el pobre Arturo se irá consumiendo por dentro. Y a mí, la cancioncilla de Fofó me seguirá acompañando plácidamente.
Argako urretxindorra
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