Como buen tontico, heme aquí otra vez. Porque ya sabéis, mal de muchos consuelo de tontos. Me refiero a los que escribimos alguna vez sobre la res política; un buen tontico no suele cambiar, por muchas razones que le den para ello. Y las dan, las dan.
Ayer, por un momento me puse un poco serio al hablar de Arturo Mas, otra evidencia de mi pardillismo. Porque, a pesar de mi torpeza, o quizá por ella, no me cambiaba por él ni aun por una de las cuentas paradisíacas de su mentor, don Jorge.
Siempre me han gustado los fuegos artificiales, desde pequeño. Ahora, con la informática aplicada a la pirotecnia, hacen espectáculos todavía más increíbles. Suaves unos, poderosos otros, consiguen efectos de ritmo imposibles, crescendos apasionados, menudeos amables, estruendos apocalípticos... te mantienen en gozosa tensión esperando una sorpresa más. Hoy, el día después, los partidos y los periodistas se dedican a analizar los resultados -¿qué resultados?- de la mítica jornada del 9N en Cataluña. ¿Espectáculo de fuegos artificiales? ¡Qué va, hombre, qué va! Se parece todo esto a los cohetes que tiraba - en sentido amplio- Patxi en mi pueblo durante la procesión del Corpus. Llevaba un par de docenas de cañas cabezonas en una mano cuyo único efecto era que silbaban al salir y, a poca altura, explotaban con un ruido bastante desagradable. No sé por qué, Patxi siempre se empeñaba en varias cosas que, para mí, pequeño aún, no tenían mucho sentido. Encendía las mechas con un cigarro al que, de vez en cuando, le daba una calada. Sujetaba los cohetes con la mano izquierda, la misma en la que sostenía el cigarro encendido, porque la derecha la utilizaba para coger el que iba a tirar a continuación. Suavemente agarrado -en el caso de Patxi es solo una forma de hablar-, acercaba el cigarro a la mecha y, con él, todos los cohetes restantes; y al cielo que iba el chisme. Imagínense el peligro constante. Hay quien dice que no se puede bandear y estar en la procesión al mismo tiempo; pero Patxi tiraba los cohetes desde la misma cabecera, al lado del palio. No lo hacía verticalmente, en eso era cuidadoso, porque al explotar el artilugio, la caña se desprendía y no quería que cayese sobre la gente asistente. Pero eso tenía otro peligro; y es que con el lío de cohetes y cigarros en la mano, y que la trayectoria nunca era recta, a veces salía excesivamente inclinado para ir a explotar contra algún balcón de las casas de arriba -mi pueblo es una pendiente infinita, como todo buen pueblo-. A Patxi no le pidas chorradas, que si ritmo o cadencia o crescendos... Él lanzaba los cohetes cuando le parecía, hacían mucho ruido desaforado y se acabó.
Me he alejado del tema, al parecer. Bueno, no. La cosa es que hoy se analiza, por parte de las mentes sesudas y privilegiadas, el espectáculo pirotécnico de ayer en Cataluña, mi Cataluña. Y se empeñan en hacerlo como si hubiese sido la obra maestra de los hermanos Caballer cuando, en realidad, ni se acerca a una de mi buen Patxi. Lo admito, siento vergüenza ajena y propia, de las dos. Porque si lo de ayer fue ridículo, lo de hoy y mañana y los próximos días es incalificable para mí. No es que tenga dotes de adivino sino que es tan aburridamente predecible, tan decepcionantemente tópico, tan cansinamente repetido que no hay nada que esperar: "Los catalanes votan masivamente por la independencia"; "Una jornada de libertad y de civismo"; "El pueblo catalán apoya masivamente el ejercicio ciudadano de la libertad de expresión" y cienes y cienes de sandeces como estas. Tendremos a los políticos torpes diciendo que Rajoy y Mas tienen que sentarse a dialogar o que, tras el 9N, el gobierno español ya no puede obviar la voz del pueblo catalán, o... ¡Oh, cuánta tontería, incluida las mía!
Como en este absurdo todos los números son supuestos hay poco que decir. Quizá solo que la inmensa mayoría de los que eran "llamados a la consulta" se ha vuelto a quedar en casa. Los que no se queden en afirmar esto y vayan más allá, o son torticeros, o tienen que comer también hoy o son tan tonticos como yo: porque no hay más (con tilde). A sus supuestos números me remito.
En este punto, por honradez innecesaria, debo admitir que me sigue sin parecer mal la política de Rajoy. Dicen que es la política del avestruz, que no dice ni hace nada. No estoy de acuerdo. Es que no hay apenas nada que decir y poco que hacer. Y esto último, lo poco que hay que hacer, con cuentagotas y con precisión suiza (uy, me ha traicionado el subconsciente). El 10% ha de hacerse con luces y taquígrafos: tribunales constitucionales, fiscalías, jueces, periodistas y todo eso. Y, los demás, hagamos también algo que el español medio suele ser bastante indolente y siempre espera que otro -el gobierno, normalmente- saque las castañas del fuego.
¡Ah! ¿Qué me he dejado por aclarar qué hay que hacer con el 90% restante? Eso lo saben Mariano y Sorayita.
Argako urretxindorra
¡Jajajahaja! Un tío grande el tal Patxi...Qué aburrido el circo 9-N, ¿verdad?
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