domingo, 15 de septiembre de 2013

Durante 40 años, la familia Lykov vivió completamente aislada del mundo, sin saber que la Segunda Guerra Mundial había terminado (I)

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Estatus irónico: NADA - UN POCO - BASTANTE - MOGOLLÓN




Las reformas litúrgicas que introdujo el patriarca otodoxo Nikon en la iglesia rusa en la década de 1650, para adecuarse a la liturgia ortodoxa griega, supuso un cisma de grandes proporciones. Tales reformas fueron apoyadas desde un principio por el zar Alexis I.

Las reformas no fueron, ni mucho menos, del agrado de todos los creyentes, entre otras razones, por la rapidez con la que se introdujeron y las pocas consultas que Nikon llevó a cabo.

Tras un primer concilio convocado por el patriarca Nikon en 1654 para revisar la liturgia ortodoxa rusa, en 1666 tuvo lugar un segundo concilio en Moscú, con la presencia de los principales patriarcas ortodoxos y del propio zar. En el mismo, se sancionaron las reformas introducidas por Nikon, que ya había sido desposeído por el zar y enviado a un monasterio como simple monje, y se declararon anatema a todos los opositores a la reforma. Asimismo, se les despojó de todos sus derechos civiles.

A partir de este momento, la persecución inicial de la que fueron objeto los anti reformistas, se hizo general por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas. Los ya denominados Viejos Creyentes sufrieron cárcel, malos tratos por parte de la propia población y, algunos de los más recalcitrantes, fueron ejecutados.

La huída a zonas remotas de Rusia y Siberia fue constante, creando comunidades y pequeños pueblos aislados del resto de la sociedad. Pero la persecución se agravó con la llegada al poder de los bolcheviques. Muchas de estas comunidades fueron disueltas y buena parte de sus habitantes enviados como prisioneros a los gulag. Algunos de los que consiguieron eludir a las autoridades comunistas aún se adentraron más en zonas inhabitadas e inhóspitas. Una de estas familias fue la de Karp Lykov.

A continuación, os dejo una historia increíble de esta familia. El artículo original es de la revista Smithsonian Review, y su autor, Mike Dash. Las fotografías tienen orígenes diversos y el mapa de localización lo he hecho con Google Maps.

Primera parte.
Siberian summers do not last long. The snows linger into May, and the cold weather returns again during September, freezing the taiga into a still life awesome in its desolation: endless miles of straggly pine and birch forests scattered with sleeping bears and hungry wolves; steep-sided mountains; white-water rivers that pour in torrents through the valleys; a hundred thousand icy bogs. This forest is the last and greatest of Earth's wildernesses. It stretches from the furthest tip of Russia's arctic regions as far south as Mongolia, and east from the Urals to the Pacific: five million square miles of nothingness, with a population, outside a handful of towns, that amounts to only a few thousand people.

Los veranos siberianos no duran mucho. Las nevadas persisten en mayo y el clima frío vuelve, de nuevo, en septiembre, haciendo de la vida en la taiga algo helado y sin movimiento en su aislamiento: kilómetros sin fin de desordenados bosques de pinos y abedules diseminados, con osos durmiendo y lobos hambrientos. Ríos de aguas espumosas que se arrojan en torrentes hacia los valles. Cien mil ciénagas heladas. Este es el último y el más grande de los bosques vírgenes de la Tierra. Se extiende desde las más lejanas regiones árticas rusas hasta Mongolia, por el sur; y desde los Urales hasta el Pacífico, por el este y el oeste: más de ocho millones de kilómetros cuadrados de nada, de vacío, con una población, fuera de alguna pequeña ciudad, no mayor de unos pocos miles de habitantes.

When the warm days do arrive, though, the taiga blooms, and for a few short months it can seem almost welcoming. It is then that man can see most clearly into this hidden world—not on land, for the taiga can swallow whole armies of explorers, but from the air. Siberia is the source of most of Russia's oil and mineral resources, and, over the years, even its most distant parts have been overflown by oil prospectors and surveyors on their way to backwoods camps where the work of extracting wealth is carried on.

Sin embargo, cuando los días más templados llegan, la taiga florece y, durante unos pocos meses, puede parecer hasta acogedora. Es entonces cuando el hombre puede ver con cierta claridad este mundo escondido, no por tierra, puesto que la taiga puede tragarse ejércitos enteros de exploradores, sino desde el aire. Siberia es la fuente de la mayoría del petróleo y de los recursos minerales de Rusia, y durante años, incluso los territorios más distantes han sido sobrevolados por topógrafos y compañías prospectoras de petróleo, de camino hacia los campamentos perdidos entre los bosques donde los trabajos de extracción de la riqueza se llevan a cabo.

Thus it was in the remote south of the forest in the summer of 1978. A helicopter sent to find a safe spot to land a party of geologists was skimming the treeline a hundred or so miles from the Mongolian border when it dropped into the thickly wooded valley of an unnamed tributary of the Abakan, a seething ribbon of water rushing through dangerous terrain. The valley walls were narrow, with sides that were close to vertical in places, and the skinny pine and birch trees swaying in the rotors' downdraft were so thickly clustered that there was no chance of finding a spot to set the aircraft down. But, peering intently through his windscreen in search of a landing place, the pilot saw something that should not have been there. It was a clearing, 6,000 feet up a mountainside, wedged between the pine and larch and scored with what looked like long, dark furrows. The baffled helicopter crew made several passes before reluctantly concluding that this was evidence of human habitation—a garden that, from the size and shape of the clearing, must have been there for a long time.

It was an astounding discovery. The mountain was more than 150 miles from the nearest settlement, in a spot that had never been explored. The Soviet authorities had no records of anyone living in the district.

Así sucedió en el verano de 1978, en una remota zona del sur del bosque. Un helicóptero, enviado para localizar un punto seguro en el que aterrizar y dejar un grupo de geólogos, rozaba las copas de los árboles a unos 160 kilómetros de la frontera con Mongolia. Descendió aún más sobre un valle de densos bosques por el que corre un afluente sin nombre del río Abakán, un hilo de aguas furiosas que se precipita por terrenos peligrosos. Las paredes del valle eran estrechas, con algunos lados casi verticales en determinadas zonas. Los delgados pinos y los abedules, que se cimbreaban por el viento que levantaban los rotores del helicóptero, estaban tan apiñados que no se veía la más mínima posibilidad de encontrar un lugar donde poder posar el aparato. Pero, escrutando intensamente por la ventanilla, el piloto vio algo que, supuestamente, no debería estar ahí. Era un claro, unos 1.000 metros más arriba de un lado de la montaña, como una cuña entre los pinos alerces, y marcado por lo que parecían unos surcos largos y oscuros. Los desconcertados pilotos del helicóptero hicieron varias pasadas sobre el claro antes de concluir, incrédulos, que aquello era una evidencia de la acción del hombre, un jardín que, por el tamaño y la forma del claro, debía llevar allí bastante tiempo.



Aquello era un descubrimiento pasmoso. La montaña estaba a más de 250 kilómetros de distancia del asentamiento humano más cercano, en una zona que jamás había sido explorada. Las autoridades soviéticas no tenían ninguna constancia de que nadie viviera en aquel sector.
Fotografía del claro desde el aire


(Fin de la primera parte)


Arga-ko urretxindorra

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