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Las celebraciones son acontecimientos alegres; son el
recuerdo de un acontecimiento feliz de nuestra vida, de nuestra historia. Salvo
en algunos casos. Hay quien celebra lo triste, la derrota, aquello que les hizo
daño.
Es el caso, por ejemplo, de los catalanes que celebran la jornada de la Diada, a la que denominan en su estatuto «la Fiesta de Cataluña», oficializada como Día de Cataluña por el Parlamento catalán en 1980, creo recordar.
Y es el caso de la Generalidad cuando celebre el ya famoso
tricentenario de 1714 con el que nos amenazan: no sé exactamente cuál será el objeto
concreto de festejo y algarabía, pero básicamente, lo mismo. Ya tendremos
ocasión de comentar el pitote.
Es un poco rara esta costumbre, ¿no? Creo que no existen
muchas celebraciones de este tipo en el mundo. Mostrarían un modo de contemplar
la vida paupérrimo, triste, desmoralizado… rarillo… Sin embargo, dice mucho de
quien celebra una derrota, una pérdida, un fracaso. ¿Suena como posible el punto histórico que, bien manipulado, puede alumbrar determinados victimismos? A mí, sí.
No sé cómo lo vería ahora el señor Casanova, al que se le
hace homenaje floral ese día. Si levantara la cabeza, ¿celebraría su derrota y
todos los males que le supuso –no tantos como se da a entender-? Pues no lo sé,
pero no termino yo de verlo.
A Rafael Casanova, austracista de pro, la derrota no terminó
de llevárselo por delante, como algunos piensan. Creo que él se sorprendería
mucho ahora viendo que hay quien piensa que fue muerto por Felipe V. ¡Hasta
dónde llega la ignorancia cuando se busca con ahínco!
Al bueno de don Rafael no lo mataron, a Dios gracias. Murió en su camita. Y eso
que estamos hablando de principios del siglo XVIII, cuando estas cosas que él hizo se
pagaban con la vida. Pero la toma de Barcelona por las tropas del franchute duque de Berwick, no le supuso
un hecho festivo. Todo lo contrario. Debió ser lo más triste que le sucedió en su vida. En lo personal, se refugió en casa de su
hijo Rafael, en San Baudilio de Llobregat, y le obligaron a devolver el título
de hombre honrado que le había
concedido su admirado Archiduque Carlos allá por 1707, mediada la guerra.
También es verdad que el Archiduque la había perdido, con lo que no es difícil
entender que le ordenasen devolverlo. Y le confiscaron sus bienes.
Cinco años después de finalizar la Guerra de Sucesión, don
Rafael fue amnistiado por su odiado enemigo, Felipe de Borbón, y, con esas, se
volvió a su Barcelona del alma a continuar con su profesión, la de abogado.
Cierto es que nunca dejó de ser austracista,
y que su quehacer político, más o menos secreto, no lo abandonó. Aunque no está
muy claro, Rafael Casanova parece ser el autor de un opúsculo titulado “Recuerdo de la Alianza”, publicado en
1736, en el «22º año de nuestra
esclavitud.» En el librillo viene a recordar al rey inglés Jorge II la
alianza pactada por él con el Archiduque Carlos en Génova para que le ayudara «a la entera recuperación de toda la
Monarchía de España.»
Normal que el buen hombre, después de su derrota y bajo el
reinado de aquél contra el que había luchado con tanto valor y encono, tuviese
por esclavitud la vida después de la guerra. Aunque él continuó siendo bastante
libre, si descontamos que había perdido inexorablemente todo el poder que
acumuló durante la contienda, lo que debe jorobar bastante.
Por otra parte, he querido hacer mención al leitmotiv (el
DRAE lo escribe junto) de su posible obrilla porque creo que deja bien claro que don
Rafael no era anti español, ni independentista ni fantasmadas de tal calibre.
Por el contrario, había luchado en un bando, que resultó ser el vencido (mala
suerte), por «toda la Monarchía de
España».
Personalmente, sí pienso que Rafael Casanova i Comes merece un
recuerdo especial y, por qué no, un homenaje anual. Fue hombre que demostró
valentía a raudales en las peores circunstancias; cuya lealtad al Archiduque
Carlos, en su intento por hacerse con el trono de España, fue intachable hasta
el último de sus días. Luchó por continuar con el estatus quo del Antiguo
Régimen, por continuar con sus costumbres, privilegios y honores, algo que
tantos otros españoles hicieron. Era una de las opciones y él se decantó hasta
el tuétano por ella.
De otra parte, no tengo la menor duda de que un hombre como
él, nacido en Moyá hacia 1660, de no haberse topado en su vida con la muerte
del rey Carlos II sin descendencia, habría vivido pacíficamente, como jurista,
hombre rico y político local de Barcelona, sin ningún otro tipo de
planteamiento. Así había sido durante sus primeros cuarenta años.
Sí, creo que
es un personaje que merece reconocimiento en la historia de España y,
particularmente, en la de Barcelona, y por extensión –solo por extensión-, en la
de Cataluña. Apunto esto porque a don Rafael jamás se le pasó por la cabeza que
luchaba contra España, sino a favor de España desde su visión política
austracista, de continuidad del Antiguo Regimen de los Austrias; conservadora, si se quiere. Y luchaba contra el
aspirante francés a ocupar el trono de España. No olvidemos que cuando cayó
gravemente herido el 11 de septiembre de 1714, portando la bandera de Santa
Eulalia –no la señera-, Rafael Casanova no sabía que más de un año después, en enero
de 1716, se publicaría el Edicto de Nueva Planta para Cataluña.
¿No parecen fechas apropiadas para rendirle honores, sin manipulación, el día de
su nacimiento, que desconozco, o el de su muerte, el 2 de mayo de 1743, casi 30
años después de la toma de Barcelona? Es lo natural, creo yo.
Sin embargo, las cosas no son así. A partir del interesante y doloroso siglo XIX, a partir de la Renaxença en Cataluña, a mediados de siglo; cuando se empieza a «sentir» el romanticismo político, instigado fundamentalmente por escritores, intelectuales y políticos a un tiempo por toda España (por toda Europa), es cuando se recupera la memoria de Rafael Casanova, impregnada de una pátina catalanista que, después de 150 años, poco tenía que ver con su visión política y vital. Y como, en general, somos nada respetuosos con la verdad, y algunos, brutalmente insidiosos y manipuladores de nuestra historia –mentirosos estratégicos, vaya-, pues el día de la derrota lo convierten en Día de Cataluña. Y en el día para dar homenaje a Rafael Casanova i Comes. Tristemente, no se respeta a los muertos. Tristemente, se manipula por las generaciones posteriores la memoria de hombres –y mujeres- de enorme valía. Tristemente, la política en España es una bazofia.
Pero jamás pienso que la política es cosa de políticos: es cosa de todos. Y si no, que se lo pregunten a los que se dejan engañar o se agarran conscientemente a las mentiras, propuestas o impuestas, como razón fanática de su inexistente pensamiento. Ya está bien de echar la culpa solo a los políticos y exonerar siempre al «pueblo inocente y tontorrón».
Me van a perdonar la expresión pero en mi pueblo, que son bruticos, se dice: «De puta a puta…, ¡taconazo!»
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