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como guste. Ni "copirrais" ni chorradas de esas.Estatus irónico: NADA - UN POCO - BASTANTE - MOGOLLÓN
Segunda parte.
El viejo Lykov después de unas cuantas visitas |
Conforme
los intrusos trepaban por la montaña en dirección al lugar señalado por los
pilotos, comenzaron a encontrarse con signos de actividad humana: un tosco
camino, una vara, un tronco colocado a través de un riachuelo y, finalmente, un
pequeño cobertizo lleno de contenedores de corteza de abedul con patatas secas.
“Entonces,” –comenta Pismenskaya, “al lado de un riachuelo había una vivienda.
Ennegrecida por el tiempo y la lluvia, la cabaña tenía amontonadas por todos
lados morralla de la taiga: cortezas, palos, tablones… Si no hubiera sido por
una ventana del tamaño de un bolsillo de mi mochila, habría sido muy difícil de
creer que allí vivía alguien. Pero sí, sin duda vivían en ella… Como pudimos
comprobar, nuestra llegada ya había sido observada.”
“La pequeña puerta de la choza chirrió y la figura de un
hombre viejo salió a la luz del día, como de un cuento de hadas. Descalzo,
llevaba una camisa hecha de arpillera remendada y vuelta a remendar. Usaba unos
pantalones del mismo material, también lleno de remiendos, y tenía una barba
desaliñada. El pelo, despeinado. Parecía asustado y estaba muy atento… Teníamos
que decir algo, así que yo fui la primera: «Saludos, abuelo. Hemos venido a
visitarle.»
El abuelo
no contestó inmediatamente… Finalmente, oímos una voz suave e indecisa: «Bien,
ya que han viajado desde tan lejos, también podrían entrar.»
La
visión que tuvieron los geólogos cuando entraron en la choza fue como si
entraran en un lugar de la Edad Media. Mal construida con cualquier material
que caía en sus manos, la vivienda no era mucho más que una madriguera, -“una especie de perrera hecha de leños
negros por el hollín y tan fría como una bodega, con el suelo que consistía en peladuras
de patata y cáscaras de piñones.” Echando
un primer vistazo alrededor, los visitantes vieron, a través de la tenue luz,
que todo era una sola habitación. Era estrecha y mohosa, e indescriptiblemente
sucia; sujeta por unas viguetas deformadas y, sorprendentemente, el hogar de
una familia de cinco personas.
De
repente, el silencio se rompió por unos sollozos y lamentos. “Solo en ese momento vimos las siluetas de
dos mujeres. Una de ellas, al borde de la histeria, rezaba: «Esto es por
nuestros pecados, por nuestros pecados.» La otra, escondida detrás de un poste
de madera, cayó lentamente al suelo. La luz que entraba por la ventanilla de la
choza se posó sobre sus ojos, muy abiertos y llenos de terror, y entonces nos
dimos cuenta de que teníamos que salir de allá lo más rápidamente posible.”
Precedidos
por Pismenskaya, los científicos salieron a toda prisa de la cabaña y se
alejaron hasta un lugar a cierta distancia, donde sacaron algunas provisiones
y, en silencio, empezaron a comer algo. Una media hora después, la puerta se
abrió con un chirrido y aparecieron el viejo y sus dos hijas, ya sin signos de
histeria pero claramente asustadas y “con
enorme curiosidad.” Cautelosamente, las tres extrañas figuras fueron
acercándose despacio para sentarse junto a sus visitantes. Rechazaron el
ofrecimiento de los científicos, un poco de pan, mermelada y té, musitando casi
inaudiblemente “No se nos permite eso.”
Cuando Pismenskaya les preguntó: “¿Han
comido ustedes pan alguna vez?”, el viejo contestó: “Yo sí, pero ellas no. Nunca han visto pan.” Por fin, el viejo era
inteligible. Las hijas, en cambio, hablaban un idioma distorsionado por toda
una vida de aislamiento. “Cuando las
hermanas hablaban entre ellas sonaba como un lento susurro poco nítido.”
El hogar de los Lykov |
Lentamente,
después de varias visitas llenas de paciencia, la historia completa de la
familia salió a la luz.
(Fin de la segunda parte)
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