jueves, 25 de junio de 2015

Er "Kishi" de Cái destronó al Rey

El señor alcalde y la consorte
Cada quien es muy libre de venerar al santo que le apetezca, aunque sea un pájaro de cuentas como Fermín Salvochea.

El Kichi, el nuevo y poco flamante alcalde de Cádiz –dicen que es un tal José María González Santos- tiene por religión ser ateo, ya saben, esa religión que tratan de imponernos nuestros actuales próceres a limpio despelote en nombre de la libertad y del progreso. La mala suerte, aunque algo han tenido que ver sus papás, le obliga a esa incoherencia nominal de ser José y María, nada menos, y por si quedaba duda, llevar a la toda la Corte Celestial de los Santos a cuestas en el apellido de mamá.

De todos modos, y pese a ello, ya se encarga el señor alcalde de poner en claro que lo suyo no es la Iglesia, la Católica. Supongo que de las demás religiones, sin contar la suya, tampoco debe ser muy devoto pero es un suponer mío porque no tengo leído nada suyo contra los islamitas, por nombrar una.

Como decía, el Kichi tiene verdadera devoción por un sujeto del siglo XIX, Fermín Salvochea Álvarez. El tal Fermín no puede ocultar su origen navarro, al menos por vía paterna: Fermín y Salvochea (Salboetxea, tal como se escribiría ahora). Y, en efecto, el padre de su padre viajó desde Navarra hasta Cádiz donde se instaló prósperamente, por cierto. Así que Fermín, revolucionario, anarquista y violento, fue hijo de familia bien, un burgués.

Fermín Salvochea
Debió de hacer cosas buenas, como todo el mundo; pero las desconozco salvo una que me parece digna de mención: repartió lo que le correspondió en herencia entre los más necesitados y vivió con una enorme austeridad, al menos, los últimos años de su vida.

Además de esa luz, tuvo sombras, algunas muy negras. Pero como no se trata de dar publicidad al mal, aquí lo dejo.

Y de aqueste senyor anda nuestro buen “Kichi” prendado; a tal punto que ha decidido colgarlo de la pared de su despacho de alcalde de Cádiz. Hasta ahí, mal que bien, asumible. Al fin y a la postre, don Fermín fue también alcalde de la Tacita de Plata, como el Kichi.

Donde la cosa se jode es cuando el señor regidor decide por sus güevos que antes de colgar al santo tiene que descolgar al Borbón, don Felipe. Les guste o no, estos señoritos extremo-izquierdosos son muy melodramáticos; se deshacen de gusto ante un número teatrero y más si consiguen el papel de galán –de chirigotero mayor, en este caso-.

El alcalde, el jefazo y don Fermín presidiendo
Lo que a mí me hace gracia de estas cosas es descubrir una y otra vez que, en realidad, la vena burguesa de estos chicos es mucho más profunda de lo que uno se puede imaginar: creen en la propiedad privada mucho más que el mismísimo Rockefeller. Pero su idea de cómo llegar a ella es distinta, menos agotadora: a través de lo público.

Ya saben: ahora el Kichies el alcalde, el Kichi ya tiene despacho, el Kichi destrona al Rey y el Kichi sube al altar a su Ferminico. Que para eso es su santo, es su despacho, es su alcaldía, es su soberana voluntad pero no es su rey.


Argako urretxindorra

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