martes, 14 de octubre de 2014

Ébola: el Padre Garayoa (y un correíto) (II)

“Cercano un día tan especial para nosotros los misioneros, te recuerdo más que nunca Manuel[1]. Supongo que al cielo también llegarán las noticias y te habrás enterado del lío que has montado en España. No sé si te queda algún milagro en tu poder, porque aquí los hiciste a manos llenas, pero intenta por todos los medios interceder para que Teresa, la mujer que te estuvo cuidando, venza al virus y vuelva a abrazar a los suyos. Me debes el abrazo que las prisas me privaron de darte. Nos lo daremos cuando Dios quiera. Ahora tú sabes más que yo de la vida eterna y sabrás también si será posible compartir de nuevo la charla, el chorizo, el pan y el vino. Me encantaría. Aquí, en Sierra Leona, te echamos de menos. Oye, y dile a Dios de mi parte, que si algún mérito he hecho en mi vida, que me los pague todos salvando a Teresa. Vamos a rezar juntos, tú arriba y yo abajo, para que recobre la salud antes del Día de las Misiones, el día 19, y así lo podamos celebrar por todo lo alto.”

Así escribe José Luis Garayoa el pasado sábado, once de octubre. Personalmente, me resulta emocionante su naturalidad en la fe. La de un hombre inteligente, cultivado y entregado a Dios a través de los necesitados; la naturalidad de un hombre recio, duro en el mejor sentido de la expresión y con un corazón bueno. La de un hombre que sabe llorar y seguir adelante, más fuerte si cabe.

Como dije en la anterior entradilla sobre el Padre Garayoa, miseria y bondad, a raudales ambas, se entremezclan en situaciones graves con una facilidad que parece imposible. Y no hay más remedio; es inevitable comparar. Os dejo, queridos amigos, un correo que recibe el Padre Garayoa hace pocos días (copio literalmente): “Como se atreve usted a ningunear la vida de un ser vivo, ¿que no se le da repercusión a la vida de niños africanos?, pués (sic) para empezar y terminar usted está allí con fondos de ciudadanos particulares y públicos(impuestos de ciudadanos) que no sólo pensamos en los niños conmo (sic) usted, que nos preocupamos de que cuando éstos dejen de serlo tengan una vida digna, no como usted  que se preocupa nada más que de ellos hasta los quince años después que los (sic) den, vergüenza me dá (sic) usted”.

La buena señora (porque es fémina) no está segura de que su mensaje le haya llegado. Así que insiste (vuelvo a reproducir literalmente y omito los sic por pereza): “disculpe pero en mi anterior mensaje estaba mal la direccion de correo, por si acaso no le ha llegado,le repito: vergüenza dá que ningunee la vida de un ser vivo, le repito q usted está ahí(y por cierto bastante bien porque no se le ve ni de lejos desnutrido o con mal color) gracias al dinero de los particulares, privado y público,q no sólo nos preocupamos de los niños, sino de éstos cuando dejan de serlo(nó como usted q mucho para los niños y después q los den). Por otro lado señor mio, si no repetan la vida del perro por humanidad que seria la 1ª causa que lo hagan por ciencia, ya q el resultado + o – seria un dato para luchar contra el Ébola. vergüenza de que exista usted.”

A mí me deja sin palabras. El misionero escribe: «No es un alegato de defensa porque no ofende quien quiere, sino quien puede. Y a mí esta señora nunca me ofendería. Simplemente, a modo de comentario, deciros que en la misión tenemos en estos momentos 4 perros que llamamos por el nombre de los expatriados que, al salir definitivamente de Sierra Leona, creyeron que nosotros al menos les daríamos de comer: Boloi, Mona, Jambi y Bernard. Cuando nos tocan a la puerta niños con hambre, por mucho que quiera a los cuatro, tengo muy claro el orden de prioridades: primero, arroz para los niños. Mi familia lloró cuando perdimos a Durka, pero estoy seguro de que les duelen más mis niños. »

Ya hace tiempo que vemos el comportamiento de muchos de los considerados animalistas. Las cosas son como son; cuando les veo juntos, siempre en vociferante pandilla, no me atraen lo más mínimo. Al contrario, me resultan profundamente desagradables y agresivos. Cuando tengo la paciencia de leerles, no siento las más mínima empatía, como dicen ahora. Por el contrario, me resultan peligrosamente demenciales y, desde luego, nada fiables, al menos para el resto del género humano.

Tienen la costumbre arraigada de insultar, prontos al grito de ¡Asesinos! y raudos a la invectiva de ¡Ignorantes!

Por sus hechos se les conoce y ningún comentario mío se acerca, ni de lejos, a la lectura tranquila de este doble correo.

En la próxima entradilla transcribo otro más que tampoco se queda manco.


Argako urretxindorra



[1] Se refiere a Manuel García Viejo, su gran amigo muerto hace poco en España, víctima del ébola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario