“Cercano un
día tan especial para nosotros los misioneros, te recuerdo más que nunca Manuel[1].
Supongo que al cielo también llegarán las noticias y te habrás enterado del lío
que has montado en España. No sé si te queda algún milagro en tu poder, porque
aquí los hiciste a manos llenas, pero intenta por todos los medios interceder
para que Teresa, la mujer que te
estuvo cuidando, venza al virus y vuelva a abrazar a los suyos. Me debes el
abrazo que las prisas me privaron de darte. Nos lo daremos cuando Dios quiera.
Ahora tú sabes más que yo de la vida eterna y sabrás también si será posible
compartir de nuevo la charla, el chorizo, el pan y el vino. Me encantaría. Aquí, en Sierra Leona, te echamos de menos. Oye,
y dile a Dios de mi parte, que si algún mérito he hecho en mi vida, que me los
pague todos salvando a Teresa. Vamos a rezar juntos, tú arriba y yo abajo, para
que recobre la salud antes del Día de las Misiones, el día 19, y así lo podamos
celebrar por todo lo alto.”
Así escribe José Luis Garayoa el pasado sábado,
once de octubre. Personalmente, me resulta emocionante su naturalidad en la fe.
La de un hombre inteligente, cultivado y entregado a Dios a través de los
necesitados; la naturalidad de un hombre recio, duro en el mejor sentido de la
expresión y con un corazón bueno. La de un hombre que sabe llorar y seguir
adelante, más fuerte si cabe.
Como dije en la anterior entradilla sobre el
Padre Garayoa, miseria y bondad, a raudales ambas, se entremezclan en
situaciones graves con una facilidad que parece imposible. Y no hay más
remedio; es inevitable comparar. Os dejo, queridos amigos, un correo que recibe
el Padre Garayoa hace pocos días (copio literalmente): “Como se atreve usted a
ningunear la vida de un ser vivo, ¿que no se le da repercusión a la vida de
niños africanos?, pués (sic)
para empezar y terminar usted está allí
con fondos de ciudadanos particulares y públicos(impuestos de ciudadanos) que
no sólo pensamos en los niños conmo (sic) usted, que nos preocupamos de que cuando éstos dejen de serlo tengan
una vida digna, no como usted que se preocupa nada más que de ellos hasta
los quince años después que los (sic)
den, vergüenza me dá (sic) usted”.
La buena señora
(porque es fémina) no está segura de que su mensaje le haya llegado. Así que
insiste (vuelvo a reproducir literalmente y omito los sic por pereza): “disculpe
pero en mi anterior mensaje estaba mal la direccion de correo, por si acaso no
le ha llegado,le repito: vergüenza dá que ningunee la vida de un ser vivo, le
repito q usted está ahí(y por cierto bastante bien porque no se le ve ni de
lejos desnutrido o con mal color) gracias al dinero de los particulares,
privado y público,q no sólo nos preocupamos de los niños, sino de éstos cuando
dejan de serlo(nó como usted q mucho para los niños y después q los den). Por
otro lado señor mio, si no repetan la vida del perro por humanidad que seria la
1ª causa que lo hagan por ciencia, ya q el resultado + o – seria un dato para
luchar contra el Ébola. vergüenza de que exista usted.”
A mí me deja sin
palabras. El misionero escribe: «No es un
alegato de defensa porque no ofende quien quiere, sino quien puede. Y a mí esta
señora nunca me ofendería. Simplemente, a modo de comentario, deciros que en la
misión tenemos en estos momentos 4 perros que llamamos por el nombre de los
expatriados que, al salir definitivamente de Sierra Leona, creyeron que
nosotros al menos les daríamos de comer: Boloi, Mona, Jambi y Bernard. Cuando
nos tocan a la puerta niños con hambre, por mucho que quiera a los cuatro, tengo
muy claro el orden de prioridades: primero, arroz para los niños. Mi familia
lloró cuando perdimos a Durka, pero estoy seguro de que les duelen más mis
niños. »
Ya hace tiempo que
vemos el comportamiento de muchos de los considerados animalistas. Las cosas son como son; cuando les veo juntos, siempre
en vociferante pandilla, no me atraen lo más mínimo. Al contrario, me resultan
profundamente desagradables y agresivos. Cuando tengo la paciencia de leerles,
no siento las más mínima empatía, como dicen ahora. Por el contrario, me
resultan peligrosamente demenciales y, desde luego, nada fiables, al menos para
el resto del género humano.
Tienen la costumbre
arraigada de insultar, prontos al grito de ¡Asesinos!
y raudos a la invectiva de ¡Ignorantes!
Por sus hechos se les
conoce y ningún comentario mío se acerca, ni de lejos, a la lectura tranquila
de este doble correo.
En la próxima
entradilla transcribo otro más que tampoco se queda manco.
Argako urretxindorra
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