martes, 28 de octubre de 2014

Esperanza: muy mal, querida.

Dice Esperanza Aguirre que se siente abochornada, que está profundamente avergonzada y pide perdón.

Me parece bien.  No dudo de que sea así. Pero me deja frío. Creo que nunca se sabrá por qué dimitió de la presidencia de la Comunidad de Madrid porque tampoco creo que lo vaya a decir nunca. Tampoco sé por qué dimitió a Francisco Granados, de la noche a la mañana, habiendo sido su número dos, porque no lo ha dicho. Hay miles de frases hechas que permiten salir airoso diciendo algo que no quiere decir nada.

Tampoco sé por qué dejó la presidencia de la Comunidad pero continuó con la de su partido en Madrid. Lo que sí sé es que toda esta basura se cometió durante su mandato en el partido; y si hizo algo por evitarlo no sirvió de nada. Así que, como mínimo, se le puede acusar de ineficaz o, incluso, de negligente, dados los resultados.

No es aceptable saldar cuentas con la ciudadanía con una mera comparecencia pública, por muy sobreactuada que pueda ser.

Los partidos políticos no son una sociedad anónima o un coto privado. En primer lugar, porque es la misma Constitución la que los eleva a los altares del sistema democrático. En segundo, porque se financian fundamentalmente con fondos públicos -no quiero entrar en otro tipo de ingresos-; y por último, porque los miembros de los partidos políticos que ellos mismos aceptan como militantes y eligen para el Congreso, son los que representan la soberanía del pueblo español, nada más y nada menos. Lo menos que se puede pedir es que sean honrados, exquisitamente honrados; y que los propios partidos políticos, y no solo el estado, se ocupen con la máxima eficiencia de que así sea.

Un sinvergüenza en un partido es inevitable. Sin problema. Y dos y más. Los casos específicos son lo que menos importa. Pero no estamos hablando de eso o no deberíamos. El asunto grave es tener la conciencia fundamentada de que, tanto los partidos como los sindicatos, son estructuras de corrupción. Es decir, que no solo no tienen la más mínima eficacia a la hora de descubrir, castigar y denunciar ante el juez los casos concretos de chorizos y sinvergüenzas, sino que son fácilmente convertido en la herramienta para la comisión de delitos. Este es el verdadero problema.

Y alguien habrá responsable de que esto haya sucedido. Alguien habrá que, o bien por su dejadez o por su inane acción, ha hecho posible que el sinvergüenza pase de la potencia al acto utilizando al partido o al sindicato como instrumento sin el cual no habría podido llega a delinquir.

Por eso, la señora Aguirre debería contestar, con la claridad con que suele escribir o hablar de otros temas, a una pregunta sencilla: ¿qué ha hecho usted desde el 27 de noviembre de 2004 para tratar de evitar que los militantes canallas del Partido Popular de Madrid se hayan servido del mismo para delinquir?

Lo que menos importa es si ella nombró o dejó de nombrar; o si depositó o dejó de depositar su confianza en este o en aquel. No. Lo importante es qué no hizo y qué hizo mal para que el PP, bajo su presidencia, se haya convertido en fábrica de delincuentes.

Por eso, la ayer compungida Esperanza Aguirre me dejó frío. Menos mal que el Estado, al menos parte de él, sigue funcionando y a toda máquina, lo que me llena de orgullo y satisfacción.

Argako urretxindorra

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