lunes, 27 de octubre de 2014

Unos asesinatos de ETA, sin más. (I)

Escena 1

30 de mayo de 1985, 21:30 horas.

Era una magnífica tarde-noche. El clima templado de la avanzada primavera llevaba a los paseantes a apurar el tiempo en la calle antes de la cena.

Yo estaba en conversación amena con dos amigos más, disfrutando de la brisa suave y del gusto que da hablar de lo intrascendente. El ingenioso pone la gracia, el callado la sonrisa amable; el hablador salta de un tema a otro sin solución de continuidad. Aquí dos vecinas, allá un matrimonio que pasea lentamente; más allá unos niños siguen corriendo incansables. Son momentos de calma, de tranquilidad en los que nadie espera nada, en los que cualquier cosa sería una sorpresa, probablemente, innecesaria.

Escena 2, 21:05 horas.


Mercedes va en silencio. El coche se mueve más de lo normal pero eso no la pone  nerviosa. El tráfico de esas horas obliga a José Ramón, el conductor, a parar en los cedas y a reiniciar la marcha más veces de las que hubieran querido. Pero Mercedes tiene ya treinta años y esta no es, ni mucho menos, la primera vez. Su propio carácter le da temple y aguante. Ella es así. De momento, todo va bien.

Escena 3, 18:35 horas.


Juan Ramón le insiste:

- ¡"Godo"! No metas tanto la pala, no la metas tanto. Así, así, suave... Eso es, "Godo", eso es.

"Godo" tiene 13 años. Es piragüista. Según su entrenador, Juan Ramón, una auténtica promesa para su equipo. De todos modos, a "Godo" no se le dan muy bien los estudios pero, en lo demás, destaca siempre. Además de sus grandes aptitudes para el deporte, es un chaval que cae bien, muy bien. Es un  chico despierto, simpático a más no poder, noble hasta decir basta... Todo el mundo es su amigo en el colegio y en el Club Natación, su club. En el barrio, dentro del Casco Viejo, los vecinos le conocen desde siempre y como, además, es educado, de los que siempre saluda con una sonrisa, Alfredo, "Godo", es querido, es un chico al que no tienes más remedio que cogerle cariño.

Escena 4, 20:48 horas.


Manuela ya ha metido a las niñas en la cama. Ahora es su ratito. No tiene apenas vida social, no puede tenerla. Luego preparará la cena para su marido que llegará en un par de horas. Mientras tanto, se sienta en la salita de su piso a echar un vistazo a una revista.

La pequeña, de cuatro años, la llama de repente, como si le fuese la vida en ello. Pero Manuela, sin levantar la vista de la revista, ya sabe lo que quiere.

- Sí, levántate. Pero no bebas mucha agua que luego..., ya sabes. Y ya eres muy mayor, ¿eh?

Su marido, Francisco, es policía nacional. Viviendo donde viven, la vida es dura, muy dura. La soledad de una mujer joven, con dos niñas de siete y cuatro años, y la angustia como única compañera, son suficientes para que cualquiera, de pasta normal, se rinda de una vez por todas. Pero ella aguanta. Allá, en aquella ciudad del norte de España, hasta el clima resulta insoportable, y más para una sevillana. Así que los días que hace buen tiempo, los aprovecha para dar un paseo a las niñas por la zona montuosa que linda con el barrio mientras toman la merienda; y para pensar...; sola, siempre sola y angustiada.


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